Desde la catedral agotamos
nuestras últimas fuerzas para regresar al hotel. El calor era insoportable.
Hubo unanimidad en la decisión. Quizá debimos invocar los versos de Camoens (Los
Lusiadas, canto III, 121):
De la vista de aquellos
bien pudieras,
sol, tu luz apartar en
aquel día.
El hotel disponía de una pequeña
y agradable piscina en un patio de manzana. No corría una gota de aire. Sin
embargo, al salir del agua notabas algo de frío en la piel. Nos instalamos en
dos tumbonas, Jose trajo dos cervezas y alternamos la lectura de nuestros
libros con una pequeña siesta. Necesitábamos esa parada técnica.
Jose había quedado a cenar con
su amigo Carlos, que llevaba viviendo en Lisboa algo más de un par de años. Nos
citó en la Casa del Alentejo, a cuatro pasos del hotel. La fachada no decía
nada, pero el interior, con decoración morisca y buenos azulejos, agradaba a la
vista. A las ocho de la tarde aún no habían acudido los clientes para cenar.
Jose y Carlos se fundieron en un
abrazo. Con el confinamiento y la pandemia no se habían visto en mucho tiempo,
desde que Carlos se trasladó. Yo conocía a Carlos de alguna de las presentaciones
de mis libros. Se fueron poniendo al día. Jose y yo pedimos un arroz con
marisco que estaba impresionante. Carlos pidió pescado, no recuerdo qué plato,
abundante y delicioso.
Carlos había vivido la eclosión
del turismo en el país en 2018 y 2019. La compra de casas por famosos como
Madonna o George Clooney había puesto de moda el país. Lonely Planet había
nombrado a Portugal como el mejor destino del mundo para viajar. Eso había
disparado la inversión extranjera en el mercado inmobiliario, principalmente de
chinos, venezolanos y gentes de países árabes y de Europa Oriental. Las grandes
fortunas portuguesas también se habían unido a esa tendencia ganadora. El
problema es que esa fiebre inversora había disparado los precios. Para el
ciudadano medio era imposible encontrar una casa en Lisboa y se veía obligado a
buscar en el extrarradio. Incluso a treinta o cuarenta kilómetros de la capital
los precios eran inasumibles por los sueldos que se cobraban. Carlos nos
ratificaba lo que nos había expuesto Eduardo por la mañana.
Nuestro amigo era consciente de
que vivían en una burbuja. Igual que se había puesto de moda Portugal se podía
poner de moda otro destino y marcharse hacia otras tierras el maná de la
inversión extranjera. Él prefería la estabilidad del inversor nacional.
Nos comentó sobre algunos de los
proyectos estrella. Algunos los habíamos visto nosotros entre el enjambre de
grúas y obras de la ciudad. Suponían una regeneración urbanística, aunque
parecía que el portugués de a pie no se iba a beneficiar de ello. Me hizo
pensar en el contraste positivo que a corto plazo ofrecía el turismo y la
distorsión que podría implicar a largo plazo.
Fue Carlos quien nos ratificó lo
errática que estaba siendo la campaña de verano. Uno de sus clientes (Carlos
trabajaba en una inmobiliaria) le había comentado que la ocupación en su hotel
había sido escasa en julio. Muchos hoteles habían estado cerrados, como el
nuestro. Por eso ninguno de los cinco hoteles del itinerario me había
contestado al hacer la reserva sobre las pequeñas cuestiones planteadas.
Nuestro hotel había abierto a principios de agosto. La primera semana de agosto
fue tibia. Sin embargo, la eclosión llegó con la segunda semana de agosto.
Hasta final de mes el lleno parecía asegurado.
Jose y Carlos se marcharon a
tomar una copa. Yo di un breve paseo por las inmediaciones del hotel. La
sociedad de Geografía de Lisboa estaba en un vistoso edificio muy cerca, a
donde fue trasladada en 1897. Su fundación se debía a Luciano Cordeiro, en
1875. Promovió congresos, conferencias, exhibiciones y conmemoraciones.
También, expediciones científicas. Era un exponente de la efervescencia
cultural y científica que floreció en el país en la segunda mitad del siglo XIX
y principios del XX. Disponía de un museo que heredó el expolio del Museo
Colonial, según leí en www.visitlisboa.com. En él se podía rastrear el arte y
la etnografía de las antiguas colonias portuguesas. Pessoa informaba de que el
mismo edificio también acogió el Coliseu dos Recreios, uno de los circos y
teatros más grandes de su época, y la Asociación Comercial de Lisboa. Estaba
claro que nos quedaba mucho por conocer.
Me refugié en la habitación y
por primera vez en varios días me dediqué a poner orden en mis notas y a
reseñar datos y pensamientos, que buena falta me hacía. El ruido de la calle se
fue apagando.
Jose no llego tarde. Aún estaba
despierto. No había demasiado ambiente. El lugar donde se habían tomado la copa
cerró pronto.
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