Pasamos a la sacristía de
mediados del siglo XVII. Me llamó la atención un sillón con trazas de trono y
dos abanicos gigantes de plumas que parecían sacados de algún reino africano.
Allí se prolongaba el museo.
La figura de San Antonio de
Padua, que aquí se le conocía como San Antonio de Lisboa, por haber nacido en
esta ciudad, estaba muy presente. Se supone que fue bautizado en este templo en
1195. Muy cerca se encontraba la iglesia a él consagrada, muy recomendable.
Uno de los hechos singulares
ocurridos en la catedral fue el levantamiento de 1383 “durante el cual -nos
refiere Pessoa- el obispo don Martinho Annes fue arrojado desde una de las
torres, debido a su apoyo a las políticas de doña Leonor Téllez”. Hace
referencia a aquellos tiempos en que el rey Fernando murió sin descendencia y
el rey Juan de Castilla hizo valer sus derechos sobre el trono portugués, lo
que acabaría con la derrota de Aljubarrota.
Avanzamos por la nave central y
nos plantamos en el transepto, bajo la cúpula. Más al fondo, la capilla mayor, de
aspecto mucho más moderno. Pasamos revista a las capillas del deambulatorio. El
vestidor del Patriarca, en el lado norte, era espectacular. El despliegue de
vestimentas con el retablo barroco al fondo concitó nuestra atención.
No dejes de bajar hasta la Casa
dos Bicos, del siglo XVI, que perteneció a Alfonso de Alburquerque, el primer
virrey de la India. Su fachada es de piedras puntiagudas, por lo que la
llamaban la Casa de los Diamantes. Actualmente, era la sede de la Fundación
José Saramago, autor al que debemos muchas de nuestras iniciativas de visitas y
muchos datos y anécdotas interesantes.
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