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Descubriendo Portugal 110. La catedral de Santa María I


 

Es probable que en el lugar que ocupaba actualmente la Sé, la Catedral, siempre hubiera un templo y fuera considerado un lugar sagrado. Un poco más al norte se encontraban las ruinas de un teatro romano, que hace dos décadas estaba en plena campaña arqueológica. En el claustro gótico (que no visitamos) se superponían diferentes capas que habían sido excavadas y en las que se habían encontrado restos con una antigüedad de unos dos mil años, de época romana, musulmana y medieval. Lo que me parecía peculiar era que estuviera en la subida hacia la colina del castillo y no en lo alto de la misma, sin competencia en las alturas, como suele ser lo habitual.

A los dos nos llamó la atención su aspecto acastillado, como en otras catedrales románicas del país. Sin duda, era parte del sistema defensivo. Desde fuera daba la sensación de ser más chata, algo que se desechaba al entrar y observar la verticalidad de su nave central. Nos gustó el rosetón que dominaba el centro de la fachada principal.



La basílica de Santa María la Mayor, Catedral Patriarcal de Lisboa, como rezaba el folleto informativo, fue iniciada tras la conquista de la ciudad. Sustituyó a una mezquita, según leí en la guía, probablemente la mezquita del Viernes, la principal de Lisboa en tiempos musulmanes. El maestro Roberto de Lisboa debió imponer un buen ritmo constructivo ya que en el año 1150, “fecha de la primera constitución del capítulo -transcribo del folleto- la catedral ya estaba en un estadio avanzado, con por lo menos la capilla mayor, lo que permitió que el templo fuese consagrado ese año”.

El interior de la iglesia nos recibió con frescor. Unido al silencio imperante nos devolvió a la vida. No había mucha gente, algo incomprensible teniendo en cuenta la importancia del monumento. Subimos unas escaleras hasta el tesoro, donde se exponían diversas colecciones de objetos litúrgicos. La pieza más espectacular era la custodia de la catedral o de don José, del siglo XVIII, de 90 centímetros de altura, de oro macizo (pesaba 17.209 kilos) y con 4.120 piedras preciosas. Una clara declaración de poderío. Su autor fue Joaquim Caetano de Carvalho.

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