Los tranvías habían vencido al
pasado y habían sabido mantenerse en las ciudades. Incluso, algunas, lo habían
reimplantado. No era el caso de Madrid. Aún recuerdo aquellas antiguallas
metálicas por las calles siendo esquivadas por los coches.
El recorrido en tranvía más
famoso de Lisboa era el de la línea 28 que se había convertido para el
visitante en una atracción turística más, algo indispensable para ser
considerado un visitante completo en experiencias. Eso había provocado su
masificación en detrimento de sus usuarios habituales, los locales.
El 28 utilizaba los vagones
antiguos, más románticos, más cargados de saudade. Arrancaba en Moniz y
parecía que su ruta la hubiera trazado un guía turístico. Se aconsejaba no
subirse en la cabecera, que suele estar saturada. Un par de paradas después había
más posibilidades de ahorrarse la saturación. Hace tiempo monté con unos
amigos. Lo tomamos en Graça. Daban ganas de bajarse en los sucesivos miradores
de Alfama, en Portas do Sol o Santa Lucía.
Pasabas por un costado de la
catedral hacia Baixa, la plaza del Comercio o la plaza del Ayuntamiento, que quedan
a un paso, se filtraba por el Chiado, avanzaba hacia el Palacio de São Bento
con la Asamblea de la República.
Recuerdo que nos bajamos en
Estrela, con el jardín y la basílica que mandó construir la reina María I entre
1779 y 1790. Allí quedó enterrada. Sus arquitectos fueron Matheus Vicente y
Reynaldo Manuel. Las dos torres, su cúpula desde donde hay una vista
impresionante, son inconfundibles.
La última parada era la del
cementerio monumental de los Placeres, que nunca he visitado.
No sé cuál será el placer de
recorrerlo en sentido inverso.
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