Los miradores eran necesarios
para descongestionar a la gente que habitaba entre cuatro paredes. Eran un pulmón
reducido que daba una vida en expansión. Eran un servicio para la sociedad
lisboeta y para el visitante infatigable que sabía buscarlos y utilizarlos en
sus recorridos.
Desde aquí hubiera seguido hacia
San Vicente de Fora, como hice hace dos décadas. Se imponía sobre otra colina
con sus dos campanarios y su poderosa fachada renacentista. Originariamente fue
obra instada por Afonso Henríquez en 1147 en cumplimiento de una promesa.
Ocupaba el lugar donde yacían muchos de los cruzados que contribuyeron a la
toma de la ciudad. De aquella época conservaba dos aljibes y un fragmento del
claustro da Portaria o de la Portería.
Fue reconstruido por impulso de
Felipe II para atraerse a sus nuevos súbditos portugueses. Quizá los planos
fueran de Juan de Herrera y la ejecución inicial del arquitecto italiano Felipe
Terzi, a quien siguieron prestigiosos arquitectos portugueses. El complejo fue
modificado varias veces. Su aspecto era más propio de un palacio que de un
monasterio.
Me quedo con el recuerdo de sus azulejos.
Me llamó la atención que las escenas que representaban fueran mayoritariamente
no religiosas, aunque ya lo habíamos comprobado en otros edificios religiosos
de nuestro recorrido.
La sacristía separaba los dos
claustros. El refectorio era el Panteón Real de la Casa de Braganza, adaptado
en tiempos de Fernando II. Allí estaban, en tres grandes sarcófagos, João IV,
el primer rey de esta dinastía, Pedro IV o Carlos I y su hijo el heredero Luis
Felipe, ambos asesinados en 1908. Y Manuel II, el último de la dinastía, aunque
partiera hacia el exilio.
En aquel viaje de 1998 subí a
las terrazas y comprobé la hermosa vista del Tajo. Era también un privilegiado
mirador: el castillo, Alfama, el río, los muelles, Santa Clara. No sé si
conservará la cafetería.
En el mismo barrio se encontraba
la iglesia de Santa Engracia, que se había convertido en el Panteón Nacional y
en el que estaban enterrados personajes ilustres del país como Almeida Garret,
Amalia Rodríguez, la reina del fado, el futbolista Eusebio da Silva, el
presidente de la República Sidonio Pais y otros portugueses que dejaron su
impronta.
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