Lisboa es una ciudad de
miradores. Su orografía se presta a ello. De una colina a otra siempre captarás
un lugar desde donde la contemplación es sugerente. Los miradores son
inspiradores, muchos son lugares de intimidad e introspección. Otros están más
animados, aunque nunca llegan a estar masificados. Dios nos libre, porque
entonces perderían su encanto y arruinarían la percepción de la ciudad. Un buen
sistema para recorrer la ciudad es crear la siguiente etapa desde cada mirador.
Lo que nos atrae merecerá nuestra visita.
Más allá de la arquitectura que
se contempla nos enseñan una parte del alma de la ciudad y de sus habitantes:
una madre con niños pequeños, una pareja, unos amigos, alguien solitario que
rumia sus pensamientos, turistas y viajeros a quienes les han filtrado el
secreto. Son el elemento humano de ese microcosmos urbano.
Desde ellos adoras una ciudad
que es un fado de piedra. Dicen que Lisboa es como una mujer madura que aún
retiene el esplendor y la belleza que antaño tuvo. Porque fue cabeza de un
imperio y eso siempre deja un poso monumental.
Son tantos que habría que
permanecer muchos días para deleitarse con ellos. Exigen un tiempo de
maduración, dejar que te impregnen el espíritu. Quizá por ello, en aquel viaje
con Jose y Carlos de hace una década, antes de regresar a casa, subimos en
coche por las callejuelas hasta los miradores de Santa Lucía y Graça. En el
estanque frente a la iglesia de Santa Lucía recuerdo cómo unos niños se ponían
perdidos de agua mientras jugaban. Por supuesto, la madre les echaba una
reprimenda entrañablemente dura. Al atardecer, los enamorados se hacían
confidencias cogidos de las manos y contemplaban una vista que acaramelaba a
cualquiera. Lo hacían enfrentados en los bancos, dejando que el sol fuera lo
único que se inmiscuyera entre ambos. Recuerdo sus hermosos azulejos.
Si alguien me preguntara por mi
favorito me pondría en un aprieto. Me he encariñado con ellos y cada uno tiene
su hueco en el corazón. El del Castillo es amplio y lleva la mirada hasta la
otra orilla del estuario. Graça permite una visión de costado, internarse más
en la ciudad, tomar algo, entrar a ver la imagen del Senhor dos Passos en la
iglesia del convento. El parque Eduardo VII y la avenida Liberdade quedan más
cerca. Resulta que el nombre oficial es Mirador Sophía de Mello Breyner
Andersen, poeta nacida en 1919 y fallecida en 2004. A ella se debe la frase
“todas las ciudades son navíos”.
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