A aquella hora de la mañana la
plaza estaba tomada por los grupos de los tours. Los turistas seguían con
interés las explicaciones de sus guías, como hicimos nosotros con Eduardo.
Buscamos una sombra para resguardarnos del fiero sol con tendencia a
insoportable.
Sin duda, el primer motivo de
interés era la iglesia do Carmo. Fue fundada por el condestable Nuno Álvares
Pereira para cumplir con su promesa y en acción de gracias por la victoria de
Aljubarrota. En ella profesó, murió y fue sepultado. Posteriormente fue
trasladado a la iglesia de San Vicente da Fora, en 1918 a los Jerónimos y más
tarde a la iglesia de la Orden Terceira de los Carmelitas.
La iglesia era de tres naves de
gran envergadura que se destruyeron con el terremoto de 1755. Nunca fue
reconstruida y quedó sin cubierta. Eduardo comentaba que de esa forma se
homenajeaba a todas aquellas víctimas anónimas que fueron depositadas en el
lugar tras la tragedia. Así se convirtió en esa figura nostálgica y triste en
el semblante de la ciudad. Desde aquella altura, por las pasarelas del
elevador, el mirador era impresionante. Al frente quedaba el castillo, Alfama y
Mouraria, la Baixa, las plazas de Rossío y Figueira…la ciudad a nuestros pies.
Una parte del convento fue
ocupada por el museo Arqueológico. Otra, por el cuartel general de la Guardia
Republicana. Más en concreto, por la policía política durante la Dictadura. Aquí
se refugió el último Primer Ministro, Marcelo Caetano, cuando triunfaba en las
calles la Revolución de los Claveles. Eduardo nos señaló el lugar donde montaba
guardia un soldado. Y una placa en el suelo en memoria de aquellos
acontecimientos.
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