En los años de máxima afluencia
de turistas a la ciudad, 2018 y 2019, era habitual que se formaran largas colas
de dos horas para subir en el elevador de Santa Justa, el más emblemático de la
ciudad y una de esas actividades que en las guías y los foros señalan como
indispensables. El destino era largo do Carmo.
El elevador estaba cerrado por
las medidas sanitarias, con lo que muchos visitantes se quedarían frustrados
por ello. El precio no era caro, 5 euros ida y vuelta. Desde arriba las vistas
eran impresionantes. Su nombre se debía a la transversal sobre la que fue
construido en 1902 por el ingeniero francés Raoul Mesnier.
Esa joya centenaria era de
hierro, neogótica, con ese sabor tradicional de la capital. Pero, si lo
importante eran las vistas, había otras alternativas para subir hasta ese
punto.
Eduardo nos llevó hasta la
estación de Rossío. Era de estilo neomanuelino y se debía a José Luis Monteiro.
Era algo mayor que el elevador, de 1891. Hacia la derecha estaba la plaza de
los Restauradores, que conmemoraba las campañas de los portugueses contra
España desde 1640 para recuperar su independencia. Un alto obelisco la
presidía. En la parte inferior, dos figuras simbolizaban los genios de la
Victoria y la Libertad, con las fechas de las principales batallas. La avenida
a la que se abría era la Liberdade, inaugurada en 1882 y que terminaba en la
plaza del Marqués de Pombal. La habíamos recorrido a pie y en el coche.
A pocos metros estaba el Palacio
Foz. Construido en el siglo XVII según el proyecto del arquitecto italiano
Fabri, conservaba la serena y elegante fachada y había sido reformado entre
1870 y 1875 por el Marqués de Foz. En tiempos de Pessoa estuvo instalado en él
el Club Dos Restauradores y era considerado el lugar más glamouroso de la noche
lisboeta. Contaba con múltiples atracciones. Quien entrara se encontraría un
amplio vestíbulo, una escalinata de mármol y una galería que recorría su parte
superior. Su pasamanos había sido realizado en París y era una de sus piezas
más destacadas. Fue considerado el más hermoso del mundo. El salón de baile
estaba inspirado en el del palacio de Queluz. Espero que en próximas visitas a
la ciudad lo conozcamos por dentro.
Regresemos a la estación. Sus
escaleras metálicas nos condujeron hasta una placita donde se iniciaba una
pequeña subida hasta Carmo. Antes de continuar, dedícale un rato a las vistas
sobre el teatro y la plaza del Rossío.
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