La iglesia de Santo Domingo
estaba cerca de nuestro hotel. Habíamos pasado delante de su fachada en varias
ocasiones sin prestarle mayor atención. Sin embargo, no era otra más de las
muchas iglesias de la ciudad. Eduardo nos instó a entrar a ella antes de
contarnos su historia y darnos mayores explicaciones. No quería que nadie se la
perdiera.
La iglesia quedó seriamente
afectada por el terremoto de 1755, por lo que lo que contemplábamos era una
reconstrucción en barroco tardío. En ella se celebraban las ceremonias oficiales
más importantes, como bodas o bautizos reales, casamientos o exequias. En ella
se casó Carlos I.
Su interior era extraño. El
techo y la bóveda eran claramente nuevos, mientras que los muros y sus pilares mostraban
los efectos del incendio de 1959: negros y desconchados. Durante el incendio se
alcanzaron temperaturas de 1000º y al apagar el fuego los bomberos la
diferencia de temperatura provocó que saltaran fragmentos de piedra. La iglesia
había sufrido todo tipo de desgracias desde que en 1506 se iniciara en ella una
matanza de cristianos nuevos o conversos que acabó con unos tres mil antiguos
judíos.
En 1497, Manuel I había
decretado la expulsión de los judíos, salvo que se convirtieran al
cristianismo. Fue una condición impuesta por los Reyes Católicos para entregar
la mano de su hija Isabel (según Eduardo), que tanto ansiaba el monarca
portugués ante la posibilidad de que se unieran ambos reinos. Muchos de ellos
habían llegado procedentes de España tras la orden de expulsión declarada por
los Reyes Católicos en 1492. Esos conversos no eran muy bien vistos.
Por aquel entonces, la ciudad
sufría un brote de peste. Como los judíos o conversos se lavaban más que los
cristianos, morían en mucho menor número, lo cual era interpretado como que
ellos provocaban la enfermedad. El incidente que disparó la matanza se inició
en misa. El oficiante dijo que se había producido un milagro porque ardía la
cabeza de Cristo. Realmente, un haz de luz se reflejaba en su corona de oro. Un
converso así lo comentó, en un cuchicheo, pero fue escuchado por el oficiante,
que pidió que lo sacaran del templo. Fuera, lo apalearon y mataron. Este primer
homicidio provocó una reacción fanática en el populacho, que se lanzó a la caza
de conversos. La investigación posterior culpó a muy pocas personas, cuando
toda la ciudad había participado, activa o pasivamente, mirando a otro lado
mientras se ejecutaba la masacre. Alguna voz fue crítica con lo acontecido,
como el cronista Damião de Gôis, que censuró a los que la provocaron e incluso
reprobó al rey, (según destaca el historiador Saraiva) la orden de bautizo forzado
de los supervivientes. Por ello fue encarcelado y condenado por la Inquisición.
La impunidad dio lugar a la maldición, según la creencia popular.
Un monumento recordaba a los
muertos y apelaba a la tolerancia.
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