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Descubriendo Portugal 92. De los orígenes de Lisboa.


 

Eduardo, nuestro guía, era entusiasta, dicharachero y divertido. Salpicaba sus explicaciones con vibrantes anécdotas con las que buscaba nuestra complicidad. Era un buen comunicador. Nos habló de la fundación de Lisboa por los fenicios en su búsqueda de puertos seguros en su ruta por el Atlántico hacia el estaño de las islas Británicas. Para ellos debió ser una bendición encontrar aquel lugar que ofrecía todo lo necesario para sus naves. Lo bautizaron como Ulissipo, puerto seguro. Después vendrían griegos y cartagineses.

Sin embargo, según una leyenda, el fundador habría sido Ulises, el héroe de la Odisea, que habría prestado su nombre a la ciudad. Pessoa le dedicó uno de sus poemas en Mensaje:

El mito es la nada que lo es todo.

El mismo sol que abre los cielos

es un mito brillante y mudo:

el cuerpo muerto de Dios,

vivo y desnudo.

 

Este que aquí arribó

lo fue por no estar existiendo.

Sin existir nos bastó.

Por no venir fue viniendo

y nos creó.

 

Así la leyenda discurre

entrando en la realidad

y fecundándola transcurre.

Abajo, la vida, mitad

de nada, muere.

 

Menos mítica y más real es la figura de Viriato, que se enfrentó a los siguientes conquistadores, los romanos. Para los portugueses, Viriato es luso, mientras que para los españoles no hay duda de su hispanidad. Con él se anuncia la grandeza futura de Portugal. Pessoa también le dedicó un poema en el mismo libro, del que transcribo su segunda estrofa:

Nación porque te reencarnaste,

pueblo porque resucitó

o tú, o de lo que eras mástil:

así Portugal se formó.

 

A los romanos les sustituyeron los suevos y los visigodos, y a estos, los musulmanes, que la llamaron al-Usbama. Durante la dominación islámica la ciudad se consolidó como una gran urbe de unos cien mil habitantes, mucho mayor que Londres o París. Pocos restos quedan de esa época. En 1147 fue conquistada por el primer rey portugués, Afonso Henriquez (Alfonso I), con la ayuda de cruzados ingleses y del norte de Europa, de ahí que se diera al castillo el nombre de San Jorge. Aun debió esperar hasta 1256, con Alfonso II, para convertirse en la capital, en detrimento de Coimbra.

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