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Descubriendo Portugal 90. Cena y paseo.

 


Salimos de la visita pasadas las siete. Aún nos quedaba un amplio paseo hasta el coche. Lo disfrutamos admirando el patrimonio que surgía entre los árboles y adosado a la sierra, siempre con unos diseños atractivos. Nos hubiera gustado quedarnos en alguno de esos hoteles, recorrer esos otros rincones que pasaban inadvertidos al visitante fugaz, entrar en sus museos, disfrutar de un poco de jazz en una terraza por la que pasamos fugazmente.

El tráfico hasta Lisboa fue benévolo. Íbamos cansados. Nos costó un poco aparcar. No quedaba muy claro cuáles eran las zonas prohibidas. Las rayas amarillas de las aceras estaban prácticamente borradas. Aparcamos en Liberdade. Las vistosas tiendas estaban cerradas. Los hoteles brillaban con esplendor.

Dejamos la mochila y las cámaras y salimos en busca de un restaurante. Con la amplia oferta de nuestra calle tardamos solo unos minutos en ser captados por uno de los ganchos que todo establecimiento tenía para captar clientes. La terraza era agradable y el captador un buen profesional, hijo de la cocinera, según decía. Era un restaurante familiar. Nos ofreció grandes ventajas, los precios no cuadraban del todo y no dejamos propina, lo que le enfadó bastante, aunque solo lo exteriorizó con silencio e indiferencia. Eso sí, la comida a base de pescado estaba estupenda.

La noche estaba animada: las luces del teatro, de los restaurantes, los paseantes, el viernes por la noche. Nos decidimos a dar una vuelta y en cuatro pasos estábamos en Rossío acompañados de Pedro IV, que daba nombre oficial a la plaza. En la contigua se alzaba la estatua ecuestre de João I, el fundador de la dinastía Avís y vencedor de los castellanos en Aljubarrota. Bajamos por vía Augusta, que congregaba a muchos de los rezagados. Nos desviamos hacia el Chiado en una breve incursión por ese barrio. Lo suyo hubiera sido prolongar hacia el barrio Alto, pero nos faltaban las fuerzas.

La plaza del Comercio había reunido pequeños grupos que disfrutaban de algún músico callejero. Nos acercamos al río y nos unimos a uno de ellos. Dejamos pasar el tiempo.

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