Llegó nuestro turno y fuimos
bajando. La tarde avanzaba y el bosque aportaba las sombras necesarias para dar
una mayor magia a la experiencia, aunque sobraba gente y faltara tranquilidad.
En la anterior ocasión lo disfruté más, pese a que también nos hicimos fotos y
quedó desprovisto de cualquier ritual. Lo bueno es que hicimos amistad con unos
españoles con los que compartimos la espera. Un poco más abajo quedaba el Poço
Imperfeito, el pozo inacabado. A unos pasos, el Portal de los Guadianes, un
nombre de especiales resonancias donde dos seres extraños guardaban la entrada
a una gruta.
Las construcciones fueron obra
del arquitecto italiano Luigi Manini, autor del Palacio de Buçaco, que trabajó
en otro tiempo como escenógrafo, quien también contribuyó en las esculturas.
Para éstas, el artista principal fue José Fonseca. Me pregunto si compartirían
esas orientaciones masónicas y me pronuncio positivamente. Dudo que alguien que
no comulgara con aquellas ideas pudiera ejecutar un trabajo tan convincente.
Fuimos visitando los diversos
lugares, como los restos del antiguo acuario, la gruta de Oriente y el lago de
la cascada. Eran lugares tremendamente agradables donde poder pasar la tarde o
la mañana con los propios pensamientos. Las esculturas eran hermosas, el jardín
sugerente y relajante. Lo mejor era dejarse llevar, perderse entre el follaje,
bajar por un sitio y subir por otro diferente.
Nos asomamos a la capilla de la
Santísima Trinidad. El interior no era accesible por las medidas sanitarias. En
el suelo resplandecía la cruz de la Orden de Cristo, la continuadora del Temple
en Portugal. El propietario no había querido renunciar al toque cristiano. O
quizá fuera una coartada para evitar mayores comentarios.
Nos quedaba acceder al palacio.
Otra vez nos topamos con una cola tremenda. Unos niños se entretenían como
podían, por lo que animé a Jose a buscar signos y explicaciones. Quizá la niña
que abrazaba al perro era de la familia, o se contraponía con una mujer en el
otro extremo. Más fácil era encontrar símbolos en la decoración manuelina. Ese
estilo recordaba la era más próspera y de mayor prestigio histórico del país,
la era de los descubrimientos. Entre los sebastianistas creció la idea del “Quinto
Imperio”, de la vuelta a la élite mundial, a una nueva edad de oro.
Sólo pudimos ver la planta baja,
el retrato de don Antonio con larga barba blanca, la chimenea, uno de los
salones. Arriba estaba el laboratorio donde realizaba sus experimentos
alquímicos. Una linterna remataba el edificio. Desde ella se abarcaba una parte
importante de los jardines.
La decadencia de Monteiro,
monárquico convencido y amigo de la familia real, llegó con el advenimiento de
la República en 1910. Incluso, fue detenido por considerar que había
participado en la “conspiración de Praja das Maças”. Fue liberado, pero
desapareció de la escena política y social.
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