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Descubriendo Portugal 89. Quinta da Regaleira III


 

Llegó nuestro turno y fuimos bajando. La tarde avanzaba y el bosque aportaba las sombras necesarias para dar una mayor magia a la experiencia, aunque sobraba gente y faltara tranquilidad. En la anterior ocasión lo disfruté más, pese a que también nos hicimos fotos y quedó desprovisto de cualquier ritual. Lo bueno es que hicimos amistad con unos españoles con los que compartimos la espera. Un poco más abajo quedaba el Poço Imperfeito, el pozo inacabado. A unos pasos, el Portal de los Guadianes, un nombre de especiales resonancias donde dos seres extraños guardaban la entrada a una gruta.



Las construcciones fueron obra del arquitecto italiano Luigi Manini, autor del Palacio de Buçaco, que trabajó en otro tiempo como escenógrafo, quien también contribuyó en las esculturas. Para éstas, el artista principal fue José Fonseca. Me pregunto si compartirían esas orientaciones masónicas y me pronuncio positivamente. Dudo que alguien que no comulgara con aquellas ideas pudiera ejecutar un trabajo tan convincente.

Fuimos visitando los diversos lugares, como los restos del antiguo acuario, la gruta de Oriente y el lago de la cascada. Eran lugares tremendamente agradables donde poder pasar la tarde o la mañana con los propios pensamientos. Las esculturas eran hermosas, el jardín sugerente y relajante. Lo mejor era dejarse llevar, perderse entre el follaje, bajar por un sitio y subir por otro diferente.



Nos asomamos a la capilla de la Santísima Trinidad. El interior no era accesible por las medidas sanitarias. En el suelo resplandecía la cruz de la Orden de Cristo, la continuadora del Temple en Portugal. El propietario no había querido renunciar al toque cristiano. O quizá fuera una coartada para evitar mayores comentarios.

Nos quedaba acceder al palacio. Otra vez nos topamos con una cola tremenda. Unos niños se entretenían como podían, por lo que animé a Jose a buscar signos y explicaciones. Quizá la niña que abrazaba al perro era de la familia, o se contraponía con una mujer en el otro extremo. Más fácil era encontrar símbolos en la decoración manuelina. Ese estilo recordaba la era más próspera y de mayor prestigio histórico del país, la era de los descubrimientos. Entre los sebastianistas creció la idea del “Quinto Imperio”, de la vuelta a la élite mundial, a una nueva edad de oro.



Sólo pudimos ver la planta baja, el retrato de don Antonio con larga barba blanca, la chimenea, uno de los salones. Arriba estaba el laboratorio donde realizaba sus experimentos alquímicos. Una linterna remataba el edificio. Desde ella se abarcaba una parte importante de los jardines.

La decadencia de Monteiro, monárquico convencido y amigo de la familia real, llegó con el advenimiento de la República en 1910. Incluso, fue detenido por considerar que había participado en la “conspiración de Praja das Maças”. Fue liberado, pero desapareció de la escena política y social.




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