La primera cola que sufrimos fue
la más liviana. Las taquillas estaban en las antiguas cocheras. Se apreciaba el
estilo neogótico y la decoración manuelina. Decidimos subir a la parte alta de
los jardines para ir descendiendo siguiendo el zigzag de los caminos. Reconozco
que me confié y me resultó complicado orientarme. Jose rectificó mis errores
una vez que situamos el zigurat. Saltamos el portal de los guardianes y nos
dirigimos directamente al pozo iniciático.
Nuestra sorpresa, desagradable,
fue una cola de casi una hora. Y, lo peor, con tanta gente, perdería su magia.
En la web de Mundo
Parapsicológico se hablaba de la quinta como “templo masónico y enclave
templario”. Para National Geographic era la “mansión de los filósofos”. En
cualquier caso, estábamos en un lugar con amplios ecos ocultistas, con una
simbología especial que nos hacía guiños desde cada uno de sus lugares, como si
fueran estaciones en la iniciación de los neófitos. Y los ritos de iniciación
tenían lugar en el pozo.
Llamaban la atención sus nueve
rellanos, que coincidían con los nueve niveles de la Divina comedia de
Dante. No es de extrañar que entre los vecinos de aquellos años del siglo XX
crecieran las habladurías sobre ritos extraños, incluso satánicos. No dudo en
que el pozo servía para esos ritos iniciáticos. Por cada quince pasos se
recreaba el ascenso de Dante al paraíso o el ascenso de Vasco da Gama a la cima
de la isla Amores, que aparecía en Los Lusiadas de Camoens. Otra
singularidad es que los pozos y las grutas estaban interconectados por galerías
que unían las diversas dependencias.
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