Cuando el autobús turístico nos
depositó cerca del centro buscamos otro para ir a la Quinta da Regaleira. No
sabíamos muy bien dónde estaba y no nos orientamos en cuanto a tomar uno u otro
camino. Mientras esperábamos, Jose planteó qué otras alternativas teníamos y
qué otros lugares visitaríamos. Cuando le hablé del Palacio Nacional y señalé
las chimeneas de sus cocinas, un elemento que lo identifica al instante,
cambiamos de planes y nos dirigimos a él.
Nuestra primera y grata sorpresa
fue que estaba casi vacío. Empezamos la visita con una pareja de La Haya y nos
cruzamos con media docena más de personas, como en una visita privada, algo muy
de agradecer. De pronto los foros se ponen de acuerdo en que lo esencial es
esto o lo otro y lo que queda fuera sufre el cruel destino de ser ignorado.
Quizá porque no habían leído a Saramago:
Pocas
cosas pueden ser más hermosas y sosegantes que los patios interiores del
Palacio da Vila, pocas cosas de más serena exaltación que la capilla gótica.
Cuando el espíritu cristiano se encontró con el espíritu árabe, un nuevo aire
quiso nacer. Le cortaron las alas para que no volase. Entre los pájaros del
paraíso podría ser ese uno de los más hermosos.
En su realización habían
participado varios monarcas, como don Dinís, João I, Alfonso V, João II y
Manuel I. Uno construyó un ala, otro cambió los usos e introdujo nueva
decoración, aquel reformó y rehabilitó. Incluso la República quiso modificar su
estética para un uso partidista, como la dictadura de Salazar lo utilizó para
su discurso. Esa mezcla de estilos la comparaba Saramago “como una playa en la
que las mareas del tiempo lentamente fueron dejando sus restos, construyendo
sin prisas poniendo una cosa en el sitio de otra”.
Un panel advertía que la
organización de las salas seguía un orden jerárquico. A las primeras podía
acceder cualquiera que entrara en palacio (con permiso de la guardia real).
Progresivamente se limitaba a grupos más pequeños y de más categoría social.
Las estancias más privadas eran los aposentos del rey y la reina. Ninguna de
las salas tenía un uso específico. Se definían por quiénes podían acceder a
ellas. El mobiliario se adaptaba al servicio de la imagen de poder que se
quería transmitir.
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