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Descubriendo Portugal 84. El Palacio da Vila I.


 

Cuando el autobús turístico nos depositó cerca del centro buscamos otro para ir a la Quinta da Regaleira. No sabíamos muy bien dónde estaba y no nos orientamos en cuanto a tomar uno u otro camino. Mientras esperábamos, Jose planteó qué otras alternativas teníamos y qué otros lugares visitaríamos. Cuando le hablé del Palacio Nacional y señalé las chimeneas de sus cocinas, un elemento que lo identifica al instante, cambiamos de planes y nos dirigimos a él.



Nuestra primera y grata sorpresa fue que estaba casi vacío. Empezamos la visita con una pareja de La Haya y nos cruzamos con media docena más de personas, como en una visita privada, algo muy de agradecer. De pronto los foros se ponen de acuerdo en que lo esencial es esto o lo otro y lo que queda fuera sufre el cruel destino de ser ignorado. Quizá porque no habían leído a Saramago:

Pocas cosas pueden ser más hermosas y sosegantes que los patios interiores del Palacio da Vila, pocas cosas de más serena exaltación que la capilla gótica. Cuando el espíritu cristiano se encontró con el espíritu árabe, un nuevo aire quiso nacer. Le cortaron las alas para que no volase. Entre los pájaros del paraíso podría ser ese uno de los más hermosos.



En su realización habían participado varios monarcas, como don Dinís, João I, Alfonso V, João II y Manuel I. Uno construyó un ala, otro cambió los usos e introdujo nueva decoración, aquel reformó y rehabilitó. Incluso la República quiso modificar su estética para un uso partidista, como la dictadura de Salazar lo utilizó para su discurso. Esa mezcla de estilos la comparaba Saramago “como una playa en la que las mareas del tiempo lentamente fueron dejando sus restos, construyendo sin prisas poniendo una cosa en el sitio de otra”.



Un panel advertía que la organización de las salas seguía un orden jerárquico. A las primeras podía acceder cualquiera que entrara en palacio (con permiso de la guardia real). Progresivamente se limitaba a grupos más pequeños y de más categoría social. Las estancias más privadas eran los aposentos del rey y la reina. Ninguna de las salas tenía un uso específico. Se definían por quiénes podían acceder a ellas. El mobiliario se adaptaba al servicio de la imagen de poder que se quería transmitir.

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