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Descubriendo Portugal 83. El castillo de los Moros


 

El castillo de los Moros era una presencia constante. Desde la plaza de la República, en la villa, otorgaba su protección, o su celosa muestra de posesión, sobre las casas establecidas en la base de su montaña. Habíamos contemplado cómo alargaba los brazos de sus muros como un animal ancestral. Se tuteaba con el palacio da Pena.

De origen árabe (siglos VIII y IX), su función fue vigilar y proteger los caminos de la región, que abarcaba Sintra, Lisboa, Cascáis y Mafra. Pasó a manos cristianas con el fundador de Portugal, Afonso Henríquez, en el siglo XII. Perdida su función bélica, se había convertido en una atracción más y, sobre todo, en un privilegiado mirador. Desde sus almenas y torreones las vistas eran increíbles y la sensación de libertad, al contacto del viento en el rostro, increíble. Con suficiente tiempo lo hubiéramos disfrutado, como lo hice hace diez años. No dudo que Jose volverá a la zona.

Tengo mis dudas sobre sí he visitado el convento de Santa Cruz de los Capuchinos, incrustado en el bosque para no distraerse con las cosas mundanas. Según Saramago, era el convento más pobre del mundo. Ello no impidió que contara entre sus más ilustres visitantes con el rey don Sebastián.

Mantengo mis dudas, porque entramos allá por 1984 y no recuerdo si los muros estaban recubiertos de corcho para combatir el frío (y la humedad causada por el bosque tupido), como ahora leo. Tampoco de la sala del capítulo o el refectorio, de escaso tamaño. Las fotos que he visto en internet no me recuerdan nada. Otro motivo más para regresar.

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