No era demasiado grande. Un
conjunto de estancias se estructuraba en torno a un patio con sabor a claustro.
Nos gustaron los azulejos. La procesión de visitantes avanzaba lentamente.
El comedor, un saloncito, una
vista sobre un palacete con tejado de almenas, un sol de justicia, la ciudad a
medio camino del horizonte, el castillo, las peñas, un dormitorio sencillo y
acogedor, el baño, un teléfono decimonónico, detalles decorativos, las gárgolas
fantásticas al volver al patio, unas excelentes vistas. El recorrido estaba
bastante bien estructurado. Por supuesto, buscamos esos rincones o sectores menos
accesibles, como corresponde a nuestro carácter. Un palacio tiene esas
ventajas.
A la espalda, en la fachada
contraria a la principal, un patio abierto. Las vistas hacia el mar estaban muy
difuminadas. Nos acercamos a la torre roja, que exigía su protagonismo.
Entramos en la capilla.
Un nuevo paseo por el bosque
circundante nos permitió compartir sensaciones.
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