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Descubriendo Portugal 81. Palacio da Pena. Disquisiciones.


 

No creo que estuvieran sometidos a tantas disquisiciones los visitantes que no cesaban de hacerse fotos con los muros, torres, ventanas o cualquier otro elemento del complejo. O de la sierra. El flechazo que tuvo don Fernando con el lugar se repite multiplicado ene veces por todos los que acuden a ese entorno. Si no les gusta el palacio quedarán impactados con la naturaleza.

¿Variedad o confusión? Aún me lo pregunto y le sigo dando vueltas. El aspecto acastillado se combinaba con elementos moriscos, como un guiño al cercano Castillo de los Moros. Un torreón poderoso en amarillo daba paso a un cuerpo más sobrio, a unas columnas manuelinas y a otras torres de variados formatos. Tenía su gracia. Me imaginaba a un nuevo rico queriendo impresionar y tirando la casa, o el palacio, por la ventana. Pero no le demos más vueltas y atravesemos sus puertas, paremos en patios y plataformas y penetremos en el recinto.



En los espacios abiertos se sentía menos a la masa. En el interior, calificado por Saramago de mal gusto, exceso burgués e improvisación, los muros estaban cargados de la historia última de la monarquía. Aquí estuvo doña Amelia de Orleans, a quien le habían arrebatado a su marido (Carlos I) y a su hijo primogénito (Luis Felipe) hasta el advenimiento de la República.

Nuevos sentimientos encontrados con la ventana del Tritón, que quizá pretendía emular a la de Tomar. La cara del ser mitológico daba miedo. De su cabeza florecía un árbol. El visitante de aquellos tiempos pasados quizá pensara que mejor no opinar ante los anfitriones.



Era entretenido observar a otros visitantes que se asomaban por almenas y galerías. En un momento, el observador era observado, se cambiaban las tornas. Luego, lo combinabas con las estructuras, con otras originalidades o peculiaridades.

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