Gracias al navegador, y a las
precisas indicaciones de Jose, por supuesto, no nos perdimos en el entramado de
carreteras a las afueras de Lisboa. Cada vez más me pregunto cómo éramos
capaces de llegar en el pasado a los sitios sin perdernos y ayudados tan solo
de un mapa. El tráfico era denso en los dos sentidos. Muy propio de una gran ciudad,
aunque impropio en verano. El número de visitantes de Lisboa es inmenso.
Nos despistamos en el último
giro en Liberdade, tuvimos que dar otra vuelta, que nos sirvió para explorar la
avenida y aledaños, y cuando ya estábamos en la calle del hotel comprobamos que
estaba cortada en su tramo. Esta vez la vuelta fue menos extensa, dejé el coche
en zona de motos, le puse los warnings y bajamos con el equipaje
organizando un ruido portentoso por el adoquinado. Mientras Jose se hacía el
test yo me fui a aparcar. Lo dejé un poco más adelante con serias dudas de si
estaba en prohibido.
Residencial Florescente cumplía
exactamente nuestros propósitos: estaba céntrico. Rua das Portas de
Santo Antão era una calle estrecha con mucha animación. Contaba con otros
hoteles y un montón de restaurantes. En uno sencillo cenamos comida casera con
dos cervezas. Era el momento de descansar. En la calle estaba el Ateneo Comercial
de Lisboa, el teatro Politeama, la Sociedad Geográfica y algún lugar más de
interés.
Sentados a aquella mesa
recordamos nuestra anterior visita a la ciudad hace diez años en compañía de mi
sobrino Carlos. La primera noche nos fuimos a cenar a las Docas, que en aquel
entonces era lo que estaba más de moda. A los pies del puente 25 de Abril, era
el producto de una transformación urbanística. Un puerto deportivo y una zona
impresionante de restaurantes habían revitalizado una antigua zona portuaria.
Seguía estando de moda, por lo que pude saber.
Tras un corto paseo nos fuimos,
reventados, a dormir.
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