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Descubriendo Portugal 75. El monasterio de Batalha V. Las Capelas Imperfeitas.


 

Rodeamos el complejo para entrar y visitar las Capelas Imperfeitas o capillas inacabadas. Estaban detrás de la cabecera del templo. La peculiaridad era que no se llegó a construir la bóveda que cerraba el techo. Lejos de ser un inconveniente les daba un carácter más místico, de ruina que se negaba a ser vencida.

Su forma era octogonal. Eran grandiosas, sin mayor decoración en los muros que las vidrieras. Daban mayor solemnidad a cada una de las tumbas en piedra con los distintivos de cada uno de los personajes reales.

El sarcófago más destacado era el de don Duarte, o Eduardo I, con su esposa Leonor. Sobre ella, un libro; él sostiene su espada. Ambos estaban unidos por las manos, un hermoso signo de amor, entrañable.



El hijo de Juan I de Portugal tuvo un reinado breve, de 1433 a 1438. Durante el mismo se produjo el desastre de la toma de Tánger en que fue capturado su hermano Fernando, el Infante Santo. Los benimerines propusieron intercambiarle y liberarle si les devolvían los portugueses la ciudad de Ceuta, conquistada en 1417 para controlar el comercio que atesoraba. Fernando murió en su cautiverio de Fez. Calderón de la Barca utilizó esta historia como argumento de su obra El príncipe constante.

Esa desgracia marcó su reinado. Pessoa se hizo eco de su tristeza y le incluyó en Mensaje en la primera de las quinas, las llagas de Cristo entregadas a Afonso Henríquez en la batalla de Ourique y que figuran en el escudo de Portugal:

Me hizo mi deber, como Dios el mundo.

La regla de ser Rey dio alma a mí ser,

en tiempo y letra escrupuloso y hondo.

 

En mi tristeza, firme, así viví.

Cumplí frente al Destino mi deber.

¿Inútilmente? No, pues lo cumplí.

 


Su hermano Fernando es la segunda quina de Pessoa, a quien Dios “me consagró en honor y en desgracia”. Representaría el cumplimiento del deber, a pesar de las consecuencias que acarreara:

Y avanzo, y la luz de la espada alzada

en mi rostro es calma.

Lleno de Dios, no temo lo que vendrá

pues, venga lo que venga, nunca será

más grande que mi alma.

 

Ahora observábamos el conjunto con el eco de esos versos cargados de épica y de mística.

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