Sí trata el cronista con sumo
respeto al condestable Nuno Alvares Pereira cuyas virtudes contrastan con los
vicios de la nobleza.
Porque no es la nobleza sino el
pueblo quien protagoniza la victoria definitiva:
…pretende
demostrar que la acción del pueblo fue decisiva para lograr la victoria sobre
Castilla y también que ese pueblo encarnaba el patriotismo -el “amor a la
tierra”, como él dice- frente a la nobleza, que representaba la persistencia de
un vasallaje feudal alimentado por las recompensas materiales de los monarcas
castellanos.
No comulgaba con la nobleza en
una época de lucha entre una burguesía mercantil y capitalista apoyada por
artesanos y menestrales y la nobleza que se resquebrajaba con el debilitamiento
del sistema feudal. Ese enfrentamiento se agudiza bajo el gobierno del regente
Pedro, por la minoría de edad de Alfonso V, nieto de João I. Esa revolución
transformó la sociedad portuguesa, como destaca Saraiva. Una revolución popular
comandada por el pueblo de Lisboa que resiste ante el cerco de la ciudad por
las tropas castellanas. Recordemos que la nobleza portuguesa se alineó
mayoritariamente en favor del partido castellano, mientras que el pueblo
encumbró al Maestre de Aviz y le permitirá subir al trono.
Batalha se convirtió con el
tiempo en uno de los más fuertes símbolos nacionalistas de Portugal, de una
nación que había perdido su preeminencia en el mundo, su carácter de imperio,
pero que aspiraba a regresar al protagonismo del orbe, como impulsó Pessoa en Mensaje
con el advenimiento futuro del “Quinto Imperio”. Cuando se acometieron reformas
en el siglo pasado y se retiraron símbolos religiosos, el monasterio quedó como
el símbolo de la Dinastía Aviz. También, indirectamente, de la grandeza pasada
de Portugal
El monasterio sufrió daños en el
terremoto de 1755 (el denominado de Lisboa, por ser esta ciudad la más
afectada), pero mucho más serios fueron los daños causados por las tropas
napoleónicas. Con la desamortización de 1834 sufrió el abandono y quedó en estado
ruinoso. En 1840, el rey Fernando II se interesó por su estado y comenzó su
restauración. El claustro de Juan III fue incendiado en las Guerras Napoleónicas
y posteriormente fue demolido. Era el amplio espacio de la plaza exterior.
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