A la derecha de la entrada
estaba la Capilla del Fundador. En el centro se alzaba con solemnidad la tumba
de don João y de su querida esposa, Felipa de Lancaster, que alumbró una camada
de infantes que marcaron la historia de Portugal, como exaltaba Pessoa en su
libro Mensaje:
¿Qué enigma había en tu
seno
que solo genios concebía?
¿Qué arcángel tus sueños
logró
velar, maternos, un día?
¡Vuelve hacia nosotros tu
rostro serio,
princesa del Santo Grial,
vientre humano del Imperio,
madrina de Portugal!
Algunos de sus hijos, como el infante
don Pedro y su esposa Isabel de Aragón, o don Fernando, don Enrique el Navegante
o Juan e Isabel, también yacían en los sepulcros adosados a los muros, bajo
arcos flamígeros, con sus escudos de armas.
La veneración por este rey que
inauguraba la Dinastía Aviz se refleja en otro poema de Pessoa en el mismo
libro, Mensaje:
El hombre y la hora son uno
solo
cuando Dios crea y la
historia es hecha.
El resto es carne, cuyo
polvo
la tierra acecha.
Maestro, sin saberlo, del
templo
que Portugal llegó a ser,
que tuviste la gloria y
diste el ejemplo
de defenderlo,
tu nombre, elegido por su
fama,
es, en el altar de
nuestra alma interna,
la que repele, eterna
llama,
la sombra eterna.
Esta casi unánime opinión
favorable sobre el rey João I contrasta con la que vierte Fernão Lopes,
probablemente el primer historiador portugués al abandonar la posición de mero
cronista o recopilador de datos. Esos datos los analizó y les aportó
consistencia unitaria, algo extraño en el siglo XV.
En su obra, que no he leído y
que conozco a través de Antonio José Saraiva y su Breve historia de la
literatura portuguesa, de la cual transcribo, crítica al personaje real:
El
retrato que traza de la persona del rey João I es el de un hombre dubitativo y
a veces pusilánime, a quien empujan otros individuos más conscientes o
decididos. Cuenta el cronista que al futuro soberano se le caía la espada de
las manos al ir a dar muerte al Conde de Andeiro y que llegó a preparar la huida
a Inglaterra al comprobar que la situación no parecía clara para su causa. La
persona del monarca se esfuma constantemente entre los comparsas individuales y
colectivos que se mueven en torbellino durante las insurrecciones, asedios y
batallas. Cuando leemos a Fernão Lopes, los héroes no se nos figuran la causa
de los acontecimientos; parecen más bien unos simples participantes, a veces
involuntarios, de esos mismos acontecimientos.
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