Eduardo prolongó nuestra visita
hacia el Chiado. El barrio tomaba su nombre de un poeta del siglo XVI, Antonio
de Espirito Santo, antiguo fraile que encarnó el espíritu desenfadado de su
época. El barrio sufrió un espeluznante incendio en 1988 que acabó con varias
manzanas de edificios. Aún recuerdo las imágenes en la televisión.
El carácter literario del barrio
se acrecentaba con el recuerdo de uno de los escritores más relevantes del
siglo XX: Fernando Pessoa. Nos acercó hasta el inmueble en donde nació el 13 de
junio de 1888. Una placa nos lo recordaba. Y, sobre todo, una peculiar estatua
de un hombre que por cabeza lucía un libro. Enfrente se alzaba el Teatro
Nacional de San Carlos.
No fue un hombre con suerte. No
gozó de fama en vida. Quedó huérfano de niño, su madre volvió a casarse con el
cónsul de Portugal en Durban, lo que le llevó a Sudáfrica durante un tiempo
(aprendió un inglés tan excelente que le permitió escribir en esa lengua),
regresó a Portugal, inició sus estudios en letras, que abandonó por una huelga
estudiantil. Con el dinero de la herencia de su abuela Dionisia montó una
editorial y quebró. Trabajará toda su vida como traductor de correspondencia
comercial.
Formó parte de esa revista
efímera (sólo aparecieron dos números en 1915) y revolucionaria que fue Orpheu.
Rompía con el estancamiento anterior, lo que le valió el calificativo de “extravagancia
exhibicionista e irreverente”, como resaltaba Antonio José Saraiva. Además de
Pessoa destacaron varios miembros del grupo modernista, como Sá Carneiro,
Almada Negreiros, Verde, Nobre o Pascoais.
Vivió en varios barrios de la
ciudad, fruto de varias mudanzas. Salvo el paréntesis de Sudáfrica nunca viajó
al extranjero y tampoco al interior del país. Su existencia transcurrió en
Lisboa, en esas siete colinas que conocía perfectamente y que le llevaron a
escribir una guía: Lisboa: lo que el turista debe ver. De ella he
obtenido muchos datos interesantes y una visión general impagable. Para él, en
la voz de Álvaro de Campos, era la “ciudad de mi infancia pavorosamente
perdida…ciudad triste y alegre, otra vez sueño aquí”.
Su obra inédita quedó arrumbada
en el famoso baúl de los manuscritos. Era inmensa ya que Pessoa escribió incesantemente
(padecía insomnio). Abarcaba “poemas, horóscopos, cartas, notas de lectura,
listas bibliográficas, textos políticos, canciones, obras de teatro,
traducciones: una obra enorme que alcanzó la cifra de 27.513 documentos”, según
leí en el prólogo a su guía de Lisboa. La rescataron João Simões Gaspar y Luíz
de Montalvor, publicándose en la editorial Atica, del segundo.
Su obra se desdoblaba en los
heterónimos, personalidades con vidas que inventaba: Ricardo Reis, Alberto
Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares… Aún se siguen descubriendo nuevos
heterónimos.
Su lugar favorito era el café A
Brasileira. En la acera habían instalado su figura con una mesa y una silla
libre donde sentarse y despachar con sus admiradores y lectores. Milagrosamente,
no había cola para sentarse y hacerse una foto, un hermoso recuerdo con el
espíritu del escritor. Aprovechamos para visitar el interior. Conservaba
grandes recuerdos.
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