En el exterior nos había llamado
la atención un edificio en ruinas. Era de planta rectangular y conservaba un
altivo arco en la cabecera. Pensamos que fuera una antigua capilla, aunque en
los planos se identificaba como casa del Capítulo, quizá anterior a la sala
capitular del coro. La asociamos con una derrota, la propia de la vida que con la
muerte deja sin victoria hasta a los más poderosos. No sé si tendría ese
carácter metafórico.
La fachada oeste de la iglesia
era un derroche de decoración manuelina. Las figuras se alternaban con
ensogados. Sin duda, lo más espectacular era la ventana manuelina, obra de Diogo
de Arruda, de entre 1510 y 1513. Simbolizaba el árbol de la vida o el árbol de
Jesé y se completaba con símbolos imperiales. Para darle más visibilidad se
había suprimido en 1843, a instancias de Fernando II, el segundo nivel del
claustro de Santa Bárbara, el más pequeño y a caballo de otro de los claustros
mayores. Otra ventana del mismo estilo, aunque menos espectacular, había
quedado casi empotrada y era más difícil de apreciar.
El claustro de la Hospedería
daba acceso a las cocinas. Bajo el claustro das Necessarios estaba el
aljibe, necesario en caso de asedio. Entramos en el refectorio, con dos
púlpitos bien labrados desde los que se leía a los monjes mientras comían.
Caminamos por los claustros de Micha y dos Corvos. Cada uno tenía su
personalidad, más bien sobria. Jose entró un momento en la tienda para comprar
algún recuerdo, aunque no compró nada.
Quedamos muy bien impresionados
con la visita.
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