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Descubriendo Portugal 62. Universidad y cultura.

 


Al llegar a Coímbra habíamos observado a varias personas con capa negra, quizá profesores que acudieran al funeral de su compañero, o algún estudiante aventajado. Pero los protagonistas de estas calles eran los estudiantes y sus repúblicas, las viviendas coloristas que eran una de las señas de identidad de esos estudiantes agrupados por su origen o carrera, los que darían prestigio a la Universidad. Porque era “Coímbra, provinciana ciudad con dos cabezas -cito a Saramago- una suya propia y otra añadida, repleta de saberes y de algunos inmateriales prodigios”. Esos prodigios se manifestaban de forma divertida en fachadas y balcones. Su compromiso político y libertario, en los divodignos, los que lucharon por la libertad en 1828. Eça de Queiroz vivió en una de estas casas. La Universidad de Coímbra acogió a muchos de los grandes literatos, artistas y personalidades del país.

En 1866 tuvo lugar la conocida como “Cuestión de Coímbra”, que enfrentó a los románticos y a los realistas. Antonio de Castillo comandaba el bando de los románticos, academicistas y formalistas. En el contrario, Antero de Quental (1842-1891), famoso pensador y poeta conocido especialmente por sus sonetos. Conservadores contra renovadores, en lo literario. También en lo político, alimentado por los grandes cambios de la época y las diferentes posiciones en cuanto a la forma de orientar el país.



En el siglo XX Coimbra siguió ocupando un lugar especial en la cultura del país. Uno de sus focos fue la revista Presença, fundada por José Regio. Fue una de las más prestigiosas e influyentes de su tiempo. Se publicó entre marzo de 1927 y 1940. El nombre procedía del “presencismo”, el ideal de búsqueda de lo más íntimo y humano del escritor. Su línea iba contra el academicismo y el periodismo rutinario. Dirigió a varios autores del denominado Primer Modernismo, como Pessoa o Sá-Carneiro, y publicó sobre autores extranjeros de prestigio, como Proust, Paul Valéry o Pirandello.

La torre de Anto era uno de los vestigios de la antigua muralla. Con su tejado a cuatro aguas había perdido carácter bélico. Quizá porque era el Centro del Fado. Porque el fado nació en Coímbra y aquí mantuvo sus raíces.

Con más tiempo hubiéramos prestado nuestros respetos a Afonso Henríquez y a su hijo Sancho I que exhibían unos imponentes monumentos funerarios en la iglesia de Santa Cruz, por supuesto, de esa privilegiada escuela de Coímbra con Chantarenne como autor de los mismos. O los antiguos colegios universitarios que habían llegado a nuestros días. Y, sin duda, los conventos de Santa Clara, el viejo y el nuevo. Habrá que esperar a una nueva ocasión.

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