Al llegar a Coímbra habíamos
observado a varias personas con capa negra, quizá profesores que acudieran al
funeral de su compañero, o algún estudiante aventajado. Pero los protagonistas
de estas calles eran los estudiantes y sus repúblicas, las viviendas
coloristas que eran una de las señas de identidad de esos estudiantes agrupados
por su origen o carrera, los que darían prestigio a la Universidad. Porque era “Coímbra,
provinciana ciudad con dos cabezas -cito a Saramago- una suya propia y otra
añadida, repleta de saberes y de algunos inmateriales prodigios”. Esos
prodigios se manifestaban de forma divertida en fachadas y balcones. Su
compromiso político y libertario, en los divodignos, los que lucharon
por la libertad en 1828. Eça de Queiroz vivió en una de estas casas. La
Universidad de Coímbra acogió a muchos de los grandes literatos, artistas y
personalidades del país.
En 1866 tuvo lugar la conocida
como “Cuestión de Coímbra”, que enfrentó a los románticos y a los realistas.
Antonio de Castillo comandaba el bando de los románticos, academicistas y
formalistas. En el contrario, Antero de Quental (1842-1891), famoso pensador y
poeta conocido especialmente por sus sonetos. Conservadores contra renovadores,
en lo literario. También en lo político, alimentado por los grandes cambios de
la época y las diferentes posiciones en cuanto a la forma de orientar el país.
En el siglo XX Coimbra siguió
ocupando un lugar especial en la cultura del país. Uno de sus focos fue la
revista Presença, fundada por José Regio. Fue una de las más
prestigiosas e influyentes de su tiempo. Se publicó entre marzo de 1927 y 1940.
El nombre procedía del “presencismo”, el ideal de búsqueda de lo más íntimo y
humano del escritor. Su línea iba contra el academicismo y el periodismo
rutinario. Dirigió a varios autores del denominado Primer Modernismo, como
Pessoa o Sá-Carneiro, y publicó sobre autores extranjeros de prestigio, como
Proust, Paul Valéry o Pirandello.
La torre de Anto era uno de los
vestigios de la antigua muralla. Con su tejado a cuatro aguas había perdido
carácter bélico. Quizá porque era el Centro del Fado. Porque el fado nació en Coímbra
y aquí mantuvo sus raíces.
Con más tiempo hubiéramos
prestado nuestros respetos a Afonso Henríquez y a su hijo Sancho I que exhibían
unos imponentes monumentos funerarios en la iglesia de Santa Cruz, por supuesto,
de esa privilegiada escuela de Coímbra con Chantarenne como autor de los mismos.
O los antiguos colegios universitarios que habían llegado a nuestros días. Y, sin
duda, los conventos de Santa Clara, el viejo y el nuevo. Habrá que esperar a
una nueva ocasión.
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