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Descubriendo Portugal 61. La catedral Vieja.



 

Comenzamos el descenso hacia la ciudad vieja por angostas calles en cuesta, localizamos la puerta mozárabe del antiguo Palacio Episcopal, pasamos ante la Facultad de Derecho, en el Palacio dos Melos, y en poco tiempo estábamos ante el ábside de la Catedral Vieja. Muy interesantes sus capiteles y canecillos.

Internarse en Coímbra es descubrir el legado de su insigne escuela renacentista comandada por los escultores franceses João de Ruão (Jean de Rouen), Nicolau Chanterenne y Hodart. “Vinieron todos de sus Francias -escribió Saramago- a agitar la rigidez aún románica, el gótico yerto y esto lleva al viajero a pensar que ningún mal nos hubiera hecho seguir recibiendo visitantes de esta calidad”.



La primera obra que nos encontramos de João de Ruão fue la puerta Especiosa (al norte), en uno de los costados, y podemos dar fe de su belleza. La fachada principal, la oeste, conservaba su pórtico románico. La Catedral Vieja se erigió entre 1162 y 1320 y su aspecto acastillado era innegable, a pesar de que desde 1064 la ciudad dejó de ser posesión musulmana. Desde 1139 Coímbra fue la capital del reino y lo fue hasta 1255 en que pasó a Lisboa.

Al entrar sorprendía su esbeltez, la altura de su nave central. Al fondo, la capilla mayor con un precioso retablo de los artistas flamencos Olivier de Gante y Jean de Ypres. No olvide el visitante observar el triforio sobre las naves laterales. Recorrimos las capillas del perímetro, admiramos sus obras y azulejos, presentamos nuestros respetos a la princesa bizantina doña Vataça, con bello sepulcro, alcanzamos el crucero, elevamos la vista a la bóveda, Jose se sentó en la cátedra del obispo (con permiso), admiramos la capilla del Santísimo Sacramento y la pila bautismal. Salimos al claustro gótico, donde una niña correteaba y un niño posaba con serenidad. El crío era mayor que la niña.



Los claustros siempre dan para alguna meditación, que para eso se hicieron. Los capiteles sobre las columnas dobles eran hermosos. En una de sus dependencias estaba la tumba de don Sesnando, el primer gobernador de Coímbra, como nos recordaba un panel. Los leones que lo sostenían nos mantenían la vista.

Cuando salimos a la calle el cielo se había abierto, el sol se hizo hueco y nos acompañó por las callejuelas.

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