Comenzamos el descenso hacia la
ciudad vieja por angostas calles en cuesta, localizamos la puerta mozárabe del
antiguo Palacio Episcopal, pasamos ante la Facultad de Derecho, en el Palacio
dos Melos, y en poco tiempo estábamos ante el ábside de la Catedral Vieja. Muy
interesantes sus capiteles y canecillos.
Internarse en Coímbra es descubrir
el legado de su insigne escuela renacentista comandada por los escultores
franceses João de Ruão (Jean de Rouen), Nicolau Chanterenne y Hodart. “Vinieron
todos de sus Francias -escribió Saramago- a agitar la rigidez aún románica, el
gótico yerto y esto lleva al viajero a pensar que ningún mal nos hubiera hecho
seguir recibiendo visitantes de esta calidad”.
La primera obra que nos
encontramos de João de Ruão fue la puerta Especiosa (al norte), en uno de los
costados, y podemos dar fe de su belleza. La fachada principal, la oeste,
conservaba su pórtico románico. La Catedral Vieja se erigió entre 1162 y 1320 y
su aspecto acastillado era innegable, a pesar de que desde 1064 la ciudad dejó
de ser posesión musulmana. Desde 1139 Coímbra fue la capital del reino y lo fue
hasta 1255 en que pasó a Lisboa.
Al entrar sorprendía su esbeltez,
la altura de su nave central. Al fondo, la capilla mayor con un precioso
retablo de los artistas flamencos Olivier de Gante y Jean de Ypres. No olvide
el visitante observar el triforio sobre las naves laterales. Recorrimos las
capillas del perímetro, admiramos sus obras y azulejos, presentamos nuestros
respetos a la princesa bizantina doña Vataça, con bello sepulcro, alcanzamos el
crucero, elevamos la vista a la bóveda, Jose se sentó en la cátedra del obispo
(con permiso), admiramos la capilla del Santísimo Sacramento y la pila
bautismal. Salimos al claustro gótico, donde una niña correteaba y un niño
posaba con serenidad. El crío era mayor que la niña.
Los claustros siempre dan para
alguna meditación, que para eso se hicieron. Los capiteles sobre las columnas
dobles eran hermosos. En una de sus dependencias estaba la tumba de don Sesnando,
el primer gobernador de Coímbra, como nos recordaba un panel. Los leones que lo
sostenían nos mantenían la vista.
Cuando salimos a la calle el
cielo se había abierto, el sol se hizo hueco y nos acompañó por las
callejuelas.
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