La jornada se ofrecía intensa.
Recorreríamos un buen puñado de kilómetros en un día de transición, de cambio
de ámbito que incluía tres paradas que al final resultaron magníficas.
Nos levantamos ligeramente más
temprano que los días anteriores. Desayunamos en el mismo lugar del día anterior,
recogimos nuestros bártulos y buscamos la carretera de circunvalación que nos
condujera a la autopista. En ella dejamos que los kilómetros transcurrieran,
quizá con cierta monotonía. Cuando no reflejas rápido tus impresiones en las
notas, corren el peligro de amontonarse con el resto de impresiones de otros
lugares, se difuminan y se pierden. Sí recuerdo que el paisaje se modificaba
como si saliéramos del verdor intenso de Galicia hacia el llano del Norte de
Castilla. La ondulación del terreno se
suavizaba. Nos alejábamos un poco de la costa. Hasta Aveiro el paisaje nos
resultaba conocido.
Coímbra estaba a unos 125 kilómetros,
hora y cuarto de camino. Nos enredamos con éxito en los accesos de la ciudad,
alcanzamos el río Mondego y fuimos escalando por las calles hasta el acueducto
de San Sebastián, del siglo XVI, que quizá aprovechó el trazado y materiales de
un acueducto romano. También lo denominaban Arcos del Jardín. El jardín al que
hacía referencia era el Botánico.
Al ser agosto, el movimiento en
las calles era de turistas y no de estudiantes. Hace más de dos décadas estuve
brevemente en la ciudad y el ajetreo era enorme, el habitual en una ciudad universitaria
en el mes de mayo. Desde el acueducto caminamos unos minutos en ascenso hasta
la universidad, la más antigua y prestigiosa de Portugal.
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