Jose reservó esa noche en Elemento,
del chef Ricardo Dias Ferreira. Las referencias eran estupendas. Lo aconsejaba
la Guía Michelin. Nos vestimos con nuestras mejores galas y nos dimos un paseo
hasta el restaurante. Regresábamos a la
parte baja de nuestras andanzas de las dos últimas tardes.
La decoración era sofisticada y
la atención impecable. Nos sentimos un poco como nuevos ricos. Nos sentaron al
fondo, entre una familia y una pareja cuarentona. Estudiamos la carta y nos
llamó la atención que hubiera un vino reserva a 14 euros. Nos decantamos por él.
Realmente costaba 19 euros, aunque seguía siendo barato. Por si te sirve de
referencia se llamaba Fagote.
Uno de los grandes atractivos de
Portugal es su gastronomía, variada y a un precio asequible para el español
medio. La materia prima es de excelente calidad y la preparación siempre buena.
Desechamos el menú de
degustación, con cinco platos y postre, tomamos de entrante un delicioso plato,
cabrito asado con salsa carbonara, y de segundo presa de cerdo ibérico (Jose) y
pechuga de pato con salsa bearnesa, champiñones y cogollos (yo). Lo paladeamos,
le echamos rollo. Nos encantó la velada. El precio, 96 euros, nos pareció
bastante ajustado. Desde luego, aconsejamos darse un homenaje en Elemento.
Con algo de pena por el final de
nuestra estancia en Oporto nos dirigimos al hotel. Tumbado en la cama me identifiqué
con las últimas frases que Saramago dedicaba a Porto:
…Mirará
a aquellas airadas mujeres que presas a la piedra se desafían, sabrá que hay
allí un secreto que nadie le explicó, y es eso lo que se lleva de Porto, un
duro misterio de calles sombrías y casas de color terroso, tan fascinante todo
eso como al anochecer las luces que se van encendiendo en las laderas, ciudad
junto al río que llaman Duero.
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