El final de nuestro ascenso nos
llevó al Centro Portugués de Fotografía y la iglesia de los Clérigos, con su
torre. Nuevamente nos encontrábamos con la obra de Nasoni. Al morir en 1773 fue
enterrado en su cripta.
Nadie diría que nos
encontrábamos en un lugar marginal y con cierto matiz maldito. Porque en un
pasado remoto estuvo extramuros y allí acababan enterrados los ahorcados y los
que morían fuera de la fe. Instintivamente lanzamos la vista en torno al
terreno que nos rodeaba. Ni rastro de maldiciones o apariciones.
Éstos fueron los terrenos
donados a la Hermandad de los Clérigos Pobres para construir su sede, un
hospital y una iglesia cuando se fusionaron tres organizaciones caritativas que
tenían por objeto atender a los clérigos que se encontraran en difícil
situación económica. Hasta entonces habían utilizado la iglesia de la Misericordia.
La decisión de emprender el
conjunto se tomó en 1731 y un año después comenzaron, a buen ritmo, las obras.
Pero los celos y las insidias del párroco de San Ildefonso provocaron su
paralización. Temían la competencia de la Hermandad, que también en los asuntos
del espíritu y la salvación de almas hay piques. Mal asunto, ya que debieran
dar ejemplo de generosidad cristiana.
La iglesia de los Clérigos y su
conjunto fueron encargados a nuestro ilustre Nasoni. Cuando en 1745 se comprobó
que la cimentación no era adecuada se decidió derribar la fachada y construirla
de nuevo. En 1748 se abrió al culto y dos años después terminaron la fachada, iniciando
la hermosa escalera exterior. Fue concluida y consagrada en 1779.
La torre se alzaba 75 metros y
por su posición y altura era como un faro para los barcos, que la tomaron por
referencia. Debió estar acompañada por una segunda torre, que nunca pasó del proyecto.
Se construyó entre 1754 y 1763. Desde entonces es un emblema de la ciudad.
El interior barroco de la iglesia,
su retablo en mármol de varios colores, los órganos o el coro quedarán
aplazados para una próxima ocasión.
Para restablecer fuerzas nos
sentamos en una terraza y nos bebimos dos cervezas enormes mientras
contemplábamos el fluir de la gente. Le dimos vueltas a un pensamiento de
Saramago:
… Y eso
es lo que se lleva de Porto, un duro misterio de calles sombrías y casas de
color terroso, tan fascinante todo eso como al amanecer las luces que se van
encendiendo en las laderas, ciudad junto a un río que llaman Duero.
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