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Descubriendo Portugal 54. Del palacio Episcopal a la plaza de la Bolsa.

 


Junto al Palacio Episcopal tomamos las escadas das Verdades y fuimos bajando por callejuelas estrechas de sabor popular. El barrio había cambiado bastante desde que lo describiera Saramago:

Bajan con el viajero regueros de agua sucia, y, ahora, cuando se ha abierto completo a la mañana, vienen mujeres a lavar los barreños en las terrazas y los chiquillos juegan a lo que pueden. Hay grandes fámulas de ropa tendida en los edificios que pudieron crecer hasta el primer piso, y el viajero se siente como si estuviera bajando una escalera triunfal.

Se había reformado, había perdido tipismo e incluso alguna de sus casas se había convertido en alojamiento turístico. No le arriendo la ganancia a quien tenga que transportar la maleta por estos lugares. Mejor venir ligero de equipaje.

En la bajada se alzaba la iglesia de San Lorenzo, convertida en el Museo de Arte Sacro y Arqueología.

Como curiosidad, una concha y una flecha marcaban el Camino de Santiago, el portugués, sin duda, aquel que también se había asomado a nuestro camino en Braga.



Callejeamos hasta la plaza de la Bolsa y nos asomamos al edificio que le daba nombre. Estaba cerrado, pero se podía ver uno de los despachos con un soberbio mobiliario del siglo XIX. Las altas finanzas se asociaban con el lujo. Iniciado en 1842 y terminado en 1891 simbolizaba el progreso que acompañó al país tras las tres décadas de lucha por la libertad política y la implantación de un verdadero sistema constitucional. Es la época de las grandes obras públicas, aunque también de la caída del precio del vino en 1870 y 1890. La aparente estabilidad política contrasta con el ascenso del anarquismo. El prestigio del país quedó dañado con el ultimátum de 1890 de Gran Bretaña a Portugal por el conflicto por los territorios de Zambia y Zimbabue entre las colonias portuguesas de Angola y Mozambique.

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