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Descubriedo Portugal 50. Navegando en moliceiro..


 

Nos despistamos un poco en la entrada a la ciudad y visitamos, sin quererlo, algunos de esos lugares que nunca aconsejarán en una guía. Lo bueno es que te haces una idea de la verdadera forma de vivir de estas gentes al margen de las zonas más turísticas. Dejamos el coche en un aparcamiento público gratuito y nuestros pasos, sin convicción, nos condujeron al extremo del canal Cojo. Allí se alzaba un curioso y vistoso edificio industrial de ladrillo rojo: la antigua fábrica de cerámica de Jerónymo Pereira Campos e Filhos. Construida entre 1915 y 1917, cerró sus puertas en 1960. Se había reconvertido en oficinas. Aún se podían visitar los hornos. Sus altas chimeneas, ya jubiladas, apuntaban al cielo.

Esa zona era moderna, lo que nos dejó algo desconcertados. Los edificios de viviendas estaban bien, pero no eran nuestro objetivo. Al contemplar una de las barcas turísticas y comprobar que los cruceros por los canales salían frente al vanguardista hotel Meliá Ría, decidimos dar la vuelta y comprar nuestros boletos para esta actividad que nos permitiría hacernos una idea de conjunto. No tuvimos que esperar más que unos minutos para embarcarnos.



Los moliceiros, las barcas para transportar algas, se habían reconvertido al lucrativo paseo de turistas. Eran planas, sin quilla, de puntal alto, como una orgullosa nariz. El extremo superior estaba adornado por coloridos motivos de lo más variado, desde lo sacro a lo cotidiano, incluso con alguno de cierto picante erótico o humorístico. Su avance era lento, como para permitir que los pasajeros disfrutaran del paseo. Una joven daba unas interesantes explicaciones en varios idiomas, también en español.

A los canales se asomaban los curiosos, visitantes o locales. Algunos saludaban, otros hacían unas fotos. Preferiblemente a la sombra, ya que el calor húmedo no daba tregua. Muchos se concentraban en los puentes arqueados, como si los hubieran construido para servir de miradores a los visitantes. Canales y puentes habían configurado su personalidad, la de la Venecia portuguesa. Comparar a las ciudades con canales, muy abundantes en Europa, con la ciudad italiana, parecía dotarlas de mayor prestigio. Lo considero demasiado simplista.



Quizá también por uniformar en estos tiempos de globalización habían adornado uno de los puentes, el Ponte dos Botirões, con cintas y candados expresivos del amor de quienes replicaban esta costumbre de un puente de París.

A los lados de los canales observamos los edificios modernistas en que se plasmó la prosperidad de la ciudad. Se alternaban con algunos edificios modernos sin romper la uniformidad y el conjunto. Eran vistosos, recargados de decoración, exponentes de la riqueza de sus dueños. Pasamos ante un llamativo edificio que creo fue un molino accionado por las mareas, donde estuvo la antigua capitanía.

La pesca fue tradicionalmente una importante fuente de riqueza. Muchas familias habían cedido a sus miembros masculinos para servir en los barcos que pasaban largos períodos alejados de sus hogares. La casa del Pescador nos recordó a esos anónimos protagonistas. Una escultura con un pescador que recogía las redes llamó nuestra atención. Habíamos girado a la derecha e íbamos paralelos al mar.

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