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Descubriendo Portugal 48. Cena en Largo Santo Domingo.

 


La frustración de la cena de la noche anterior se tornó ejemplo de profesionalidad e imaginación en ésta. Las calles estaban abarrotadas y todos los restaurantes, sugerentes y con encanto, de la calle de las Flores rebosaban de clientes. Empezamos a pensar que no haber reservado era un error y que quizá habíamos salido demasiado tarde. Nos lanzamos a la búsqueda y captura con fe.

Como nos había gustado un restaurante en largo Santo Domingo preguntamos si había alguna posibilidad. Curiosamente, se llamaba LSD, las siglas de la plaza, aunque de significado psicodélico. El encargado, o el que parecía el jefe, porque se movía atareado, aunque con decisión, nos atendió y nos aconsejó con convicción y amabilidad esperar. Nos pusimos pegados a la pared, expectantes, y asistimos a una especie de Tetris en las mesas. Admiramos el espectáculo posterior. Valió la pena. A un grupo de ingleses o alemanes los situó en una que quedaba libre, mientras que a una pareja que ya había pedido les cambió de sitio, liberó espacio, cuadró a otros, cobró a una pareja que se atascaba un poco y apareció con una mesa que situó en donde menos estorbaba, con cierta inclinación, pero era la nuestra y no había que ponerse dignos. Nos sentaron en dos sillas que salieron de la nada.

La camarera que nos atendió era todo simpatía y nos dijo que no sabía cómo llamar a nuestra mesa, extra o apócrifa, fuera de planeamiento. Le seguimos la corriente y le propusimos 007, aunque ninguno era el agente secreto. Entre chanzas y risas nos asignó un número indeterminado. Lo celebramos con dos cervezas, una botella de vino tinto, un entrante y un buen pescado para cada uno. Nuestro recuerdo fue estupendo. Como el precio: 73 euros, propina incluida.

Remontamos las cuestas hasta el hotel con la satisfacción del deber cumplido.

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