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Descubriendo Portugal 46. Los desastres de la Gran Guerra II.

 


En el frente africano, el 12 de noviembre de 1918 el comandante alemán Lettow-Vorbeck se enteró del armisticio celebrado el día anterior en Francia y se rindió. Quionga (o Kionga), en la frontera entre Mozambique y Tanzania, fue devuelto a Portugal. Fue el único territorio ganado.

La Gran Guerra causó unas 12.000 bajas, aunque el número de muertos y heridos varía según las fuentes. Peores fueron las consecuencias por la escasez de alimentos, que provocó 82.000 muertos, y la Gripe Española, causante de otros 138.000 muertos.

En lo político, los problemas económicos y financieros se tradujeron en la caída del Gobierno de Alfonso Costa y el golpe de estado de Sidonio Pais del 5 de diciembre de 1917. A finales de 1918, un levantamiento monárquico en Oporto fue fuertemente reprimido. El presidente Pais fue asesinado. La inestabilidad se prolongó hasta la caída de la República y la instauración de la dictadura de Salazar.

El empedrado del suelo formaba un hermoso mosaico en la amplia plaza. A aquella hora estaba silenciosa. A un lado se alzaba el palacio de los Vizcondes de Balsemão. En 1849 recibió al rey de Cerdeña y Piamonte, Carlos Alberto de Saboya, que dio nombre a la plaza y al cercano teatro. El palacio albergaba la Dirección Municipal de Cultura y la oficina de numismática.



Sin duda, la principal atracción arquitectónica la formaban dos iglesias adosadas la una en la otra: la de los Carmelitas y la de Carmo. Era curioso porque las dos fachadas, de granito, presentaban configuraciones diferentes. Saramago elucubraba sobre su posible rivalidad y emulación. Destacaba en la de Carmo las estatuas de los evangelistas, en la parte superior. También la capilla del Señor de Buen Suceso (Senhor do Bom Sucesso), “bajo una apoteosis de luces, muchas decenas de velas, fortísimas lámparas, innumerables retratos de beneficiarios de mercedes, ceras varias en cirio, cabeza, manos, pie, como si aquí estuviera ardiendo una violenta hoguera de luz blanca, en brasas”. No pudimos ver lo que describía el premio Nobel, pero sí disfrutamos de los azulejos del lateral de la iglesia que representaban la imposición del escapulario en el monte Carmelo.

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