Jose había fichado los distintos
recorridos por el Duero. Lo habitual era que recorrieran los seis puentes que
unían las dos márgenes del río, desde Ponte do Freixo hasta Ponte da Arrábida.
Era esencial admirar la zona desde el río, una perspectiva necesaria y
complementaria de la que se percibía desde tierra. Además, se conocían zonas
que de otra forma no se podrían disfrutar por falta de tiempo.
La actividad era muy popular y
por ello tuvimos que esperar algo más de media hora para embarcarnos. Mientras,
observamos las barcas antiguas que transportaban los barriles, o las embarcaciones
modernas para turistas o, más lejos, los impresionantes hoteles flotantes que realizaban
los cruceros por el Duero. No faltaban atractivos para entretenerse en la
espera.
Nos situamos en la parte
delantera, cerca de la proa, al sol, que era suavizado por la brisa que
generaba el avance tranquilo del barco. Se iniciaba la navegación hacia el
interior, hacia Freixa, pasando bajo el puente de hierro de Luis I.
Desde esta perspectiva se
apreciaba el escalonamiento de la ciudad, sus distintas plataformas y niveles,
las fachadas coloridas y estrechas de las viviendas, los ventanales que se
replicaban una y otra vez, las casas desplegadas al abrigo de la muralla, una
ermita que quedaba cerca del río, los perfiles de los otros puentes, el primero,
moderno y de hormigón; el siguiente, de hierro, más sencillo que el de Luis I; otro
más de hormigón.
En el regreso quedamos cerca de
las terrazas de cais de Ribeira, protegidas por sombrillas, ajetreadas a
pesar de la solana. Intentamos adivinar los lugares, fuimos saliendo de Oporto,
se perfilaba el edificio de la aduana en la margen derecha, los jardines, las
casas con envidiables vistas, una perspectiva de la ciudad ligeramente alejada.
Recordamos a Saramago en Viaje a Portugal:
Y el
viajero no puede olvidar los colores con que se pintan las casas, estos ocres
rojizos o amarillos, estos tonos en castaño denso. Porto es un estilo de color,
un acierto, un acuerdo entre el granito y los colores de la tierra, que él
acepta, con una excepción para el azul si con el blanco se equilibra en el
azulejo.
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