Antonio Tabuchi sitúa la acción
de La cabeza perdida de Damasceno Monteiro en Oporto y en Gaia. No le da
un excesivo protagonismo ni nos deja grandes descripciones de la ciudad. Es su sustrato
físico, el escenario de los hechos, pero carece de esa presencia que caracteriza
a otras obras en que la ciudad se convierte en otro de los personajes.
Firmino, el periodista que
trabaja en un periódico de sucesos, al estilo de El Caso, y al que le
gustaría dedicarse a otras actividades literarias de mayor lustre, se desplaza
como enviado especial de su periódico para cubrir una noticia singular que se
irá complicando con el avance de la novela. Transitará por la ciudad antigua,
caminará por el paseo marítimo, se distraerá en el Jardín Botánico y callejeará
por Oporto para la realización de sus gestiones. Algo nos comentará de su
historia, de sus reputados vinos, de los callos, que aparecen como un
chascarrillo recurrente en el humor ácido o surrealista del libro.
Lo leí hace algo menos de dos
décadas y no me acordaba de nada de su contenido. Me gustó, era ágil y
divertido, con un punto de novela negra, costumbrista a retazos, con personajes
tan entrañables como Dona Rosa, que regentaba la pensión donde se hospedaba, o
como el director del periódico. Sin duda, su mejor construcción era la del
abogado Loton, por su parecido con Charles Loughton, que daba lugar a algunas
disquisiciones morales, filosóficas y éticas con algo de absurdo y mucho
contenido para reflexionar. Porque detrás de todo radicaba una realidad como la
de los abusos policiales, la tortura o las mafias organizadas que daban mucho
respeto.
No creo que identificáramos en
nuestra visita muchos o algunos de los lugares del libro, salvo los más obvios
o conocidos.
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