La calle de Santa Catalina no
tenía desperdicio. La habían peatonalizado y hordas de turistas organizados en
grupos, como legiones o escuadrones sin orden, avanzaban con lentitud. Se debe
parar ante cada edificio porque cada uno guarda un mensaje para el caminante.
Las aglomeraciones las causa el café Majestic o la librería más antigua y
prestigiosa, livraria Latina Editora. Los rótulos de Reis Filhas y Luiz
Soares eran magníficos.
La imponente fachada de San
Ildefonso nos atrajo y subimos su pendiente. El regalo de buenas vistas sobre
el trazado adaptado a las colinas se completaba con nuevos lujos en forma de
azulejos y dorados barrocos. Pagando un euro penetrabas en sus profundidades,
que eran interesantes, aunque sin revuelos. Más contenidos habrá más adelante.
Jose optó por continuar hacia la
izquierda, o el sur, según el mapa, que no parecía ser lo más atractivo. Sin
embargo, el Teatro Nacional San João nos compensó y por Porta do Sol alcanzamos
un lienzo de muralla que bajaba hasta el río. Puedes descender en funicular,
tras gozar de las vistas, o aventurarte por las escaleras y la iglesia de Santa
Clara. Era un barrio pobre, o popular, como le gusta a la gente decir. Algunas
casas habían tomado nuevos bríos al convertirse en alojamientos turísticos.
Quizá llegar hasta aquí con las maletas fuera un prodigio. Una señora mayor
resoplaba en el ascenso con la compra. La sudada hubiera sido inmensa si en vez
de bajar hubiéramos subido. A los dos nos gustó la experiencia de las escadas
dos Guindais.
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