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Descubriendo Portugal 37. Decisiones mañaneras y la Capilla de las Ánimas.


 

Nuestro ritual del desayuno nos impulsó calle abajo, apenas una manzana. Mientras lo hacíamos está claro que no pudimos recordar unos versos de Camoens que leímos mucho después y que ilustraban el paso de nuestro anochecer más bien tumultuoso al amanecer soleado:

Cual tras la grande tempestad furiosa,

nocturna escuridad y recio viento,

trae la mañana, con la luz hermosa,

esperanza de puerto y salvamento;

 

Nos sentamos fuera en una de las dos mesas de la terraza y observamos cómo desayunaban los locales. La mayoría entraba en el establecimiento, saludaba como un cliente habitual, pedía un expreso, ese dedal de café solo que está habitualmente delicioso, lo tomaban rápido, pagaban y se largaban. Nada de sólido. Nosotros pedíamos café con leche en taza grande, croissant portugués, con base de crema, y pastel de nata. Jose lo alternará con un hojaldre salado en próximos días.

El mercado de Bolhão soportaba con estoicismo obras por reforma. Algo leí de que se caía a trozos fruto de la dejadez. Era el lugar donde desayunó Jose cuando vino con la familia y que me hubiera propuesto ya que mantenía la esencia de la ciudad en sus puestos de mercado de toda la vida. Estaba algo alejado con lo que los locales más cercanos colmaban nuestra necesidad. Salimos a explorar la ciudad pasadas las diez. No había prisa.



La dirección nos la marcó la compra de toallas y calcetines en el Decathlon cercano. Y la sorpresa fue inmensa al aparecer en la calle la capilla de las Ánimas con sus azulejos exteriores que representaban escenas de San Francisco y Santa Catalina. Eran del siglo XVIII, contemporáneos de la unión de la Hermandad de las Almas de San Francisco con la de Santa Catalina. Se había seguido el estilo del siglo XVIII aunque fueron ejecutados en 1929 por el artista Eduardo Leite. La realización corrió a cargo de la Fábrica Viuda Lamego, de Lisboa. Las obras del cercano metro habían estado a punto de acabar con su existencia.

Cruzamos la calle para observarlos con calma, a pesar del tráfico. No se podía quedar indiferente ante aquellos paneles llenos de fervor en los clásicos azul y blanco. Los querubines flotaban, los santos se extasiaban y conmovían a los visitantes. El interior olía a cera quemada y la oscuridad inspiraba los rezos de los feligreses hacia la Virgen de las Ánimas. Mantuvimos la solemnidad.

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