Nuestro ritual del desayuno nos
impulsó calle abajo, apenas una manzana. Mientras lo hacíamos está claro que no
pudimos recordar unos versos de Camoens que leímos mucho después y que
ilustraban el paso de nuestro anochecer más bien tumultuoso al amanecer soleado:
Cual tras la grande
tempestad furiosa,
nocturna escuridad y recio
viento,
trae la mañana, con la
luz hermosa,
esperanza de puerto y
salvamento;
Nos sentamos fuera en una de las
dos mesas de la terraza y observamos cómo desayunaban los locales. La mayoría
entraba en el establecimiento, saludaba como un cliente habitual, pedía un
expreso, ese dedal de café solo que está habitualmente delicioso, lo tomaban
rápido, pagaban y se largaban. Nada de sólido. Nosotros pedíamos café con leche
en taza grande, croissant portugués, con base de crema, y pastel de nata. Jose lo
alternará con un hojaldre salado en próximos días.
El mercado de Bolhão soportaba
con estoicismo obras por reforma. Algo leí de que se caía a trozos fruto de la
dejadez. Era el lugar donde desayunó Jose cuando vino con la familia y que me
hubiera propuesto ya que mantenía la esencia de la ciudad en sus puestos de
mercado de toda la vida. Estaba algo alejado con lo que los locales más
cercanos colmaban nuestra necesidad. Salimos a explorar la ciudad pasadas las diez.
No había prisa.
La dirección nos la marcó la
compra de toallas y calcetines en el Decathlon cercano. Y la sorpresa fue
inmensa al aparecer en la calle la capilla de las Ánimas con sus azulejos exteriores
que representaban escenas de San Francisco y Santa Catalina. Eran del siglo
XVIII, contemporáneos de la unión de la Hermandad de las Almas de San Francisco
con la de Santa Catalina. Se había seguido el estilo del siglo XVIII aunque
fueron ejecutados en 1929 por el artista Eduardo Leite. La realización corrió a
cargo de la Fábrica Viuda Lamego, de Lisboa. Las obras del cercano metro habían
estado a punto de acabar con su existencia.
Cruzamos la calle para
observarlos con calma, a pesar del tráfico. No se podía quedar indiferente ante
aquellos paneles llenos de fervor en los clásicos azul y blanco. Los querubines
flotaban, los santos se extasiaban y conmovían a los visitantes. El interior olía
a cera quemada y la oscuridad inspiraba los rezos de los feligreses hacia la
Virgen de las Ánimas. Mantuvimos la solemnidad.
0 comments:
Publicar un comentario