La avenida dos Aliados era
ancha, con bulevar y unos edificios regios que la convertían en la envidia de
las calles de Oporto. Acumulaba buenos hoteles y tiendas, edificios de oficinas
especialmente representativos. A esa hora de la tarde estaba tranquila y
esperaba con resignación el advenimiento de la noche. Tuvimos ocasión de
recorrerla varias veces y de deleitarnos con sus edificios y su ambiente que
recordaba a los ensanches de otras ciudades. En su extremo sur se alzaba la
estatua ecuestre de Pedro IV, quien tanto hizo por el liberalismo combatiendo a
su hermano Miguel I, jefe del partido absolutista. La libertad de la avenida
quedaba bien protegida por ambos personajes y por la plaza con el mismo nombre
junto a la iglesia dos Congregados.
La fachada principal de la
estación de São Bento (San Benito, nombre del convento sobre cuyo solar fue
construida) daba a la plaza Almeida Garrett. Todas las personas que habían
estado en Oporto y querían darnos un buen consejo nos dijeron que visitáramos
la estación, que conservaba unos azulejos impresionantes obra de Jorge Colaço.
Representaban escenas históricas, como la toma de Ceuta, Egas Moniz y su
familia ante el rey Alfonso VII de León o la entrada de João I en Oporto para su
boda con Felipa de Lancaster. Una parte de su vestíbulo estaba en obras.
Accedimos a los andenes, que podrían ser los de cualquier otra estación, salvo
por las casas que se asomaban a ellos.
En ese punto había una
encrucijada. Demasiadas opciones para el limitado tiempo de un atardecer. Por
eso nos paramos en lo alto antes de tomar una decisión. Una de las referencias
era la Sé, la catedral, que dejamos para otro día. Nos apetecía callejear,
tomar el pulso al ritmo de la ciudad, mezclarnos con sus gentes y los
visitantes, vagar sin rumbo, seguir el impulso de nuestros sentidos.
Vestir bem e barato so aquí, era el
lema de una fachada que separaba las calles das Flores y de Mozinho da
Silveira. Nos decantamos por la primera, peatonal, atractiva, muy viva. Antes
de largo de Santo Domingo se alzaba la iglesia y el museo de la
Misericordia. El edificio barroco acogía una exposición de Giacometti, un claro
contraste. En la fachada, una escultura que se podía interpretar en clave
fálica.
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