Mientras Jose se hacía el test
de antígenos en la recepción, donde depositamos nuestro equipaje, bajé a
guardar el coche en el aparcamiento que nos habían indicado, en nuestra misma
manzana. Conducir por la zona más turística de la ciudad era una locura y
aparcar tomaba tintes épicos. La ventaja fue que el hotel Ibis estaba cerca del
mercado de Bolhau, bastante bien situado para recorrer la ciudad a pie. La
habitación no era grande, aunque sí moderna y limpia. El cuarto de baño pasaba
nuestros controles de calidad.
No nos entretuvimos demasiado en
la habitación. Revisamos los mensajes, escribimos a la familia para que
supieran que habíamos llegado bien, estiré un poco para mantener en forma mi
cuerpo (vamos, que no se cayera a trozos), y Jose contestó un par de cosas de
su trabajo.
Él fue quien tomó los mandos. Había
estado en la ciudad y sabía orientarse con facilidad. Le hubiera gustado hacer
un Erasmus en Oporto, una ciudad con buena base universitaria, marcha
nocturna, que revivirá cuando acaben las restricciones del covid, y un ambiente
juvenil desenfadado. Para mí era un destino deseado desde hacía tiempo, con lo
que me mostré algo ansioso al salir a la calle. Por cierto, Sá Nogueira
(Bernardo de Sá Nogueira de Figueiredo), el nombre de la rua, honraba a uno
de los líderes del movimiento Septembrista, de la revolución de 1836. Fue cinco
veces jefe del gobierno y a él se debía la derogación de la esclavitud en el
país.
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