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Descubriendo Portugal 29. Callejeando por el centro de Guimaraes.


 

Penetramos en el tejido urbano de calles estrechas y sinuosas que se oxigenaban con atractivas plazas. La primera era largo da Misericordia, a la que se accedía por rúa Rainha Maria II. El edificio rojo era el Tribunal de Apelación. El tosco guerrero allí plantado quizá fuera el primer rey de Portugal. La plaza era alargada. En un extremo estaba la iglesia de la Misericordia y un edificio de fachada barroca que era la sede de la Asociación Comercial e Industrial de Guimarães.

El conjunto de arquitectura popular era hermoso. Las fachadas lucían amplios ventanales, pequeños balcones de forja, tres alturas, paredes blancas y marcos de granito. La segunda plaza acumulaba la actividad y los visitantes en sus terrazas. La plaza de Santiago estaba tomada por los que descansaban a la sombra. Por los arcos del antiguo Ayuntamiento nos encontramos con la torre de estilo manuelino de Nuestra Señora de Oliveira (Nossa Senhora da Oliveira), por el olivo que estuvo en la plaza.



La estructura de apariencia gótica, exenta, como si la hubieran despojado del conjunto al que pertenecía era el Pedrao do Salado, manifestación de que portugueses y castellanos podían colaborar cuando el enemigo era común, como en la batalla del Río Salado, el 30 de octubre de 1340. La victoria sobre los benimerines dio estabilidad a la reconquista de territorios a los musulmanes.

En este lugar estuvo el primitivo monasterio de San Mamede fundado por Muniadona Díaz en 950. La iglesia erigida por Afonso Henríquez fue reedificada por Juan I en honor a la Virgen y en agradecimiento por su intercesión en la victoria de Aljubarrota sobre los castellanos cinco décadas después de la del Río Salado. El cuerpo de la iglesia era sencillo, de muros interiores desnudos que acariciaba la penumbra. El techo era un artesonado de madera que simulaba nuevamente una nave invertida. El abocinado del ábside acumulaba la decoración con su sillería, un retablo barroco y una bóveda de casetones.



La condesa fundadora y sus sucesivas abadesas plantaron cara al arzobispo de Braga, al que no reconocían autoridad. Sólo se sometían al Papa y al rey de Portugal, lo que provocó no pocos conflictos y alguna excomunión. La iglesia y su perdido monasterio acumulaban mucha historia.

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