Penetramos en el tejido urbano
de calles estrechas y sinuosas que se oxigenaban con atractivas plazas. La
primera era largo da Misericordia, a la que se accedía por rúa Rainha
Maria II. El edificio rojo era el Tribunal de Apelación. El tosco guerrero allí
plantado quizá fuera el primer rey de Portugal. La plaza era alargada. En un
extremo estaba la iglesia de la Misericordia y un edificio de fachada barroca
que era la sede de la Asociación Comercial e Industrial de Guimarães.
El conjunto de arquitectura
popular era hermoso. Las fachadas lucían amplios ventanales, pequeños balcones
de forja, tres alturas, paredes blancas y marcos de granito. La segunda plaza
acumulaba la actividad y los visitantes en sus terrazas. La plaza de Santiago
estaba tomada por los que descansaban a la sombra. Por los arcos del antiguo
Ayuntamiento nos encontramos con la torre de estilo manuelino de Nuestra Señora
de Oliveira (Nossa Senhora da Oliveira), por el olivo que estuvo en la plaza.
La estructura de apariencia
gótica, exenta, como si la hubieran despojado del conjunto al que pertenecía
era el Pedrao do Salado, manifestación de que portugueses y castellanos podían
colaborar cuando el enemigo era común, como en la batalla del Río Salado, el 30
de octubre de 1340. La victoria sobre los benimerines dio estabilidad a la
reconquista de territorios a los musulmanes.
En este lugar estuvo el
primitivo monasterio de San Mamede fundado por Muniadona Díaz en 950. La iglesia
erigida por Afonso Henríquez fue reedificada por Juan I en honor a la Virgen y
en agradecimiento por su intercesión en la victoria de Aljubarrota sobre los
castellanos cinco décadas después de la del Río Salado. El cuerpo de la iglesia
era sencillo, de muros interiores desnudos que acariciaba la penumbra. El techo
era un artesonado de madera que simulaba nuevamente una nave invertida. El
abocinado del ábside acumulaba la decoración con su sillería, un retablo
barroco y una bóveda de casetones.
La condesa fundadora y sus
sucesivas abadesas plantaron cara al arzobispo de Braga, al que no reconocían
autoridad. Sólo se sometían al Papa y al rey de Portugal, lo que provocó no
pocos conflictos y alguna excomunión. La iglesia y su perdido monasterio
acumulaban mucha historia.
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