Cerca del palacio nos sentamos a
comer. Probablemente, en la zona baja de la ciudad hubiera más oferta. Sin
embargo, nos convencieron unas francesinhas con muy buena pinta. En la
terraza de aquel bar había mesas libres. Mejor no hacer experimentos. Pedimos
dos cervezas y esperamos la comida contemplando escenas cotidianas. El menú
elegido fue un éxito. Recuperamos fuerzas.
Nos planteamos bajar andando o
en coche. Amagamos de la primera forma, pero las cuestas y el desconocimiento
de las distancias nos desalentaron. Nos acercamos a una iglesia que conservaba
unos bellos azulejos. Era el antiguo convento de San Antonio de los Capuchinos.
En 1842 lo adquirió la Casa de la Misericordia y lo convirtió en un hospital,
uso que aún mantenía.
Dejamos el coche en un
aparcamiento subterráneo cerca de largo do Toural. Al salir a la calle
estábamos un poco despistados, con lo que buscamos una oficina de turismo. En
un extremo estaba el famoso cartel “Aquí nasceu Portugal”.
Mientras caminábamos nos desviamos
para ver dos iglesias. La primera era la del convento de Santo Domingo y la
otra era la capilla de la Venerable Orden Terceira. Como siempre, salirse del
guion tenía premio.
Pasamos ante la basílica de San
Pedro, neoclásica, y prolongamos hasta el extremo de la plaza y el museo
Martins Sarmento, “donde fueron reunidos los hallazgos de la Citania de
Briteiros y del castillo de Sabroso”, según nos informaba Saramago, que durmió
en una buhardilla con vistas a largo do Toural. El premio Nobel destacaba
sus piezas más importantes:
Sabrosas
son estas estatuas de guerreros lusitanos, el aventajado coloso de Pedralva, el
verraco de granito, hermano de la gorrina de Murça y de otras muchas
transmontanas y, al fin, la puerta del horno crematorio de Briteiros, la bien
llamada Pedra Formosa, pues piedra hermosa es con sus ornamentos geométricos de
lacería y entrelazo.
Confiamos disfrutarlo en una
futura visita.
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