Mientras guardábamos cola para
sacar las entradas del palacio, contemplamos la fachada principal, con aires acastillados
y franceses. Era visita ineludible de la ciudad y el lugar más visitado del
norte de Portugal. Era de piedra sólida y gran anchura, propio de quienes
habían sido familia principal que dio a Portugal una dinastía que gobernó el
país desde la independencia de España en 1640 hasta la caída de la monarquía en
1910. La corte ducal fue uno de los polos de cultura más importantes de
Portugal durante el periodo español. En la actualidad era un museo y era
utilizado por el jefe del Estado en sus visitas a Guimarães.
A Saramago le parecía que estaba
demasiado reformado y renovado. No le faltaba razón. Esas intervenciones habían
borrado una parte de su pasado. Peor hubiera sido que lo hubieran abandonado a
su suerte y se hubiera perdido. Mandó construirlo Afonso de Barcelos, duque de
Braganza, hijo natural de Juan I. Según dicen, para compartirlo con su amante.
La familia lo disfrutó poco. Al trasladar su residencia a Vila Viçosa, en el
Alentejo, el palacio cayó en el olvido. Incluso en 1807 fue utilizado como
cuartel militar. En 1937 Salazar inició su restauración para convertirlo en
residencia oficial del Presidente.
En el patio destacaban las
chimeneas, muy curiosas y altivas. Destacaban en el paisaje de la ciudad. El
control del aforo provocaba una serpiente humana que avanzaba lentamente.
Aprovechamos para contemplar con profundidad el patio o claustro, hacer unas
fotos y charlar con otros españoles que compartían fila.
Los salones conservaban una luz
tenue. En las paredes, magníficos tapices con escenas mitológicas o históricas.
Parte de ellos reflejaban las luchas de los portugueses en el norte de África,
especialmente la toma de Arzila y la de Tánger. Los originales se habían
encontrado en Pastrana y, posteriormente, fueron trasladados a El Escorial.
España autorizó las reproducciones que observábamos. Los muebles no eran los
originales. Los expuestos trataban de reproducir el ambiente de antaño.
Las estancias eran las
habituales de los palacios. La más destacada era el salón Noble con su techo
que reproducía el casco invertido de una carabela en un claro homenaje a los
descubrimientos portugueses. La sala de Armas mostraba una buena colección de
armas de diversas épocas.
Las vidrieras iluminaban el recoleto
espacio de la capilla. La madera de los laterales aportaba solemnidad.
Paseamos por las salas donde permaneciía
la colección donada por el pintor José de Guimarães a la ciudad.
El conjunto era agradable,
aunque nos dejó un poco fríos.
0 comments:
Publicar un comentario