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Un valle a la sombra de los dioses 36 (Nepal 2011). Bhaktapur IV


 

Sujan nos mostró el barrio de los alfareros. La cerámica de la ciudad tenía fama por su buena calidad. Observamos cómo comprimían el barro, cómo lo trabajaban y cómo se sometía a secado y horneado. Las piezas se ponían al sol para un primer proceso de secado. Las piezas terminadas se mostraban en hileras.

Otros hitis con hermosas bocas con forma de animales daban un poco de pena al estar fuera de uso.

Algo especial nos acompañaba cuando nos movíamos de una plaza a otra. Era como si un viento mágico nos empujara por las calles y nos envolviera en nuestro camino. Quizá se habían puesto en movimiento las leyendas, a las que eran tan aficionados los nepalíes; o los espíritus de todas las capillas y hornacinas adosadas a las casas que eran cuidadas con tanto cariño por los lugareños.


 

La tercera plaza que visitamos era la principal, la Durbar o real, donde encontramos los elementos tradicionales: la campana que erigió el último rey Malla, Ranajit, para convocar al pueblo, y otra más pequeña que convocaba a los perros, la columna del rey Bhupatindra Malla, el palacio real con sus patios y un variado surtido de templos con pagodas y shikharas. Muchos de los edificios se destruyeron por el terremoto de 1934. Llamaba la atención una casa con 55 ventanas, todas ellas con primorosas tallas. Decían que su dueño la mandó construir con tantas ventanas como esposas tenía.

Entramos en el palacio. Los patios ofrecían excelentes trabajos de madera. Por supuesto, el templo real no era accesible ni se podía fotografiar. En uno de los patios nos muestraron el hiti real adornado con dos cobras enfrentadas. Un fino trabajo de metal remataba la puerta.


 

En el centro de la plaza, dos leones protegían una shikhara. Al costado del palacio se levantaba otra shikhara protegida por cinco pares de figuras, diferentes de las de la anterior plaza: hombre con perro, caballo, rinoceronte, un ser fantástico con cabeza humana y cuerpo de animal y otro caballo.

Bhaktapur era famosa por las celebraciones del Año Nuevo nepalí, el festival Bisket. En 2004 celebraron el 2061. Coincidió con la estancia de mi tío. Curiosamente, en Nepal se celebran cuatro años nuevos. El propiamente nepalí, es el 15 de abril. Por supuesto, el occidental del 1 de enero. El tercero es el Losar tibetano, en febrero. El newar es en noviembre. No faltaban las procesiones con carros ni las danzas. Se erigía una especie de cucaña y el pueblo se divertía en las calles.


 

Podríamos continuar explorando estas calles pero el cansancio apretaba.

Nos habíamos concentrado en las ciudades. No hubo demasiado tiempo para los paisajes y el campo. Los arrozales mostraban un aspecto excelente. Los campos de maíz se balanceaban con el viento. Apuntaba Sujan que, escondidas entre los tallos, se encontraban plantas de opio. Era un comercio peligroso pero muy productivo.

Le preguntamos por Nagarkor, en las montañas. Mi tío recordaba el restaurante donde comieron y presenciaron el espectáculo de la cercanía de los Himalayas. En esa época, las vistas se ocultaban tras el telón de las nubes del monzón. La morada de los dioses se tomaba un respiro hasta volver a mostrarse.

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