Nuestros problemas tecnológicos
no habían hecho más que empezar. Cuando nos pusimos en movimiento pudimos
comprobar que no teníamos conexión a internet. Utilizamos la intuición para
salir de la zona del castillo, pero antes de equivocarnos tomando la carretera
equivocada paramos en una gasolinera y Jose preguntó al empleado, al que un
cliente le daba una brasa de espanto. Quizá por salvarlo del pelma, le vendió
un plano de Portugal por 5 euros y le dio unas indicaciones concretas y
salvadoras. Favor por favor.
Mientras, había desplegado mi
antigua Guía Campsa del 2006 y había estudiado las rutas, la de la
carretera 103 por Cháves, de vías más modestas, y la de la A-4 por Vila Real y
la referencia final de Porto. Ésta era más larga, aunque más rápida y plagada
de peajes para pecar por omisión de tecnología.
Iba cansado y Jose intranquilo, por
lo que fuimos en silencio bastante rato. Se nos hizo un poco largo. La
conducción era fácil, con continuas subidas y bajadas, con pendientes del 5 al
6 por ciento. Admiramos las nubes rechonchas y un poco amenazantes, los
paisajes verdes, los viñedos acoplados a las cuestas, los ríos que se perdían
en lo profundo, inaccesibles a nuestra vista. Jose iba con el plano abierto,
estudiando los pueblos y las referencias, revisando si los teléfonos volvían a
la vida. No sabía si había contratado el roaming. Si iba asociado con
cada terminal y no con la línea, no lo había pedido para el actual. El
gasolinero de Braganza nos admitió que la cobertura allí era bastante mala.
Regresamos a los orígenes, a lo tradicional: al mapa.
Cuando llegamos a Braga la
situación no había cambiado. Optamos por ir hacia el centro y nos metimos por
unas calles estrechas en que la policía ponía multas a diestro y siniestro. No
sabíamos por dónde tirar, así que me eché a un lado y le pedí a Jose que
preguntara. Mientras él se perdía por las calles, saqué la guía, localicé en el
mapa el hotel y tuve la suerte de encontrar una referencia. Estábamos cerca.
Jose había conseguido descargar en el móvil, gracias a unas peluqueras, el
plano de la ciudad.
Tiré el coche tapando la salida
de un garaje, rezamos para que no nos pusieran multa, bajamos el equipaje e
hicimos el check in. Dejé a Jose haciéndose el test de autodiagnóstico.
Mientras, en una bocacalle cerca del mercado municipal, ahorqué el coche.
Descansamos media hora, mandamos mensajes a la familia y amigos, estiré un poco
y Jose reservó en un restaurante del centro.
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