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Descubriendo Portugal 4. Braganza: junto al castillo.



Junto a la Domus, la iglesia de Santa María exhibía un hermoso pórtico occidental. El interior guardaba unos retablos barrocos, siendo el más destacado el del altar mayor. El techo, en forma de nave invertida, con una decoración en trampantojo, representaba escenas de la vida de la Virgen. Desde el coro se veía muy bien, a pesar de la oscuridad. Saltamos el museo de la Máscara y el Traje y caminamos hacia un extremo del recinto. Allí se alzaba el pelorinho, una alta columna sostenida por un verraco o berrõe. Abundaban en la zona. De origen celta, se discutía cuál era su utilidad. Estaban cargados de simbolismo. En este caso, parecía una picota medieval donde se administraba justicia y se ejecutaban las penas.

Bajando un poco más se alzaban la iglesia de San Bento y la de San Vicente, en la que se dice que fue el lugar del enlace secreto del infante don Pedro con su amada Inés de Castro, de los que hablaremos más adelante. En la parte baja estaba la catedral vieja y el museo del Abad de Baçal, donde se refugió Saramago de una incómoda y torrencial lluvia. Destacaba los berrões y su interesante colección de arte. Deberán esperar una próxima visita.

La Bragantia celta, o la Julióbriga romana (en honor de Julio César), tomó mayor relieve cuando en 1442, el rey Alfonso V creó un ducado para su tío, hijo ilegítimo del primer rey de la dinastía Avis, Juan I. Esta casa de Braganza subió al trono tras la etapa de incorporación de Portugal a España, en 1640. Reinó hasta 1910. Una escultura le honraba cerca de las murallas.

Después de esta breve visita entramos a comer en la Taberna do Javali, en que probamos los excelentes embutidos de la zona y un bocadillo de jabalí mechado. Al encanto de la terraza se unía el precio, 22 euros, cervezas incluidas.

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