Media hora más tarde habíamos
alcanzado Guimarães. La carretera nos había llevado por un paisaje ondulado y
verde que nos recordaba a la cercana Galicia. La autovía nos incitó a tomar
otros desvíos interesantes, como la Citania de Briteiros, el más importante de
los castros celtas de la zona.
Aparcamos en la zona alta de la
ciudad, junto al castillo, imponente desde fuera.
Guimarães fue fundada en el
siglo IX por Vimara Pérez (de quien procede su nombre), vasallo del rey de
Asturias Alfonso III. Fue el primer conde Portucalense.
En el año 950 muere el
gobernador del Condado, el conde Hermenegildo González, y su viuda, la condesa
Muniadora Díaz, reparte sus bienes entre sus hijos. Guimarães correspondió a su
hija Oneca, que profesaba como religiosa. La condesa decidió fundar el
monasterio de San Mamede, en la parte baja. Para la defensa, mandará construir
el castillo entre 959 y 968. Los ataques de los vikingos y de los musulmanes
eran un peligro constante. En torno a estos dos elementos crecerá la población
impulsada por donaciones y privilegios.
El conde Enrique, padre de
Alfonso I, amplió la construcción original. En ella se establece el nacimiento
del primer rey de Portugal. Algunos lo sitúan en Viseu, lugar apreciado por su
madre. El castillo fue protagonista del asedio de Alfonso VII en 1127 y de un
hecho que es exaltado por Camoens en el canto tercero de Los Lusiadas:
No pasa mucho tiempo
cuando el fuerte
príncipe en Guimaranes es
cercado
de infinito poder, que
desta suerte
se hizo el contrario
lastimado;
mas ofreciéndose a la
dura muerte,
Egas, su fiel ayo, fue
librado,
que de otra arte, pudiera
ser perdido
según estaba mal
apercibido.
Egas Monís, que fuera tutor de
Afonso Henriques, había dado su palabra de que su señor prestaría vasallaje al
rey leonés. Sin embargo, Afonso no cumplió su promesa y continuó sus campañas
tomando diversas plazas leonesas. Monís, constreñido por su voto, se desplazó
hasta la corte para ofrecerse a pagar con su vida:
Y con sus hijos y mujer se
parte
para libre quedar de la
fianza,
descalzos y desnudos, de
tal arte
que más a piedad mueven
que a venganza.
“Si pretendes, rey alto,
de vengarte
de la mi temeraria
confianza
-decía-, la palabra que
ya tengo
dada a pagarla con la
vida vengo”.
El rey leonés, ante tal muestra
de lealtad no tuvo otro remedio que perdonarle:
¡Oh gran fidelidad la portuguesa
que vasallo hay que a tanto se obligase!
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