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Descubriendo Portugal 22. Cielos para nuestros sentimientos.


 

Somos nostálgicos de nuestros cielos: los vivimos, los observamos, nos contemplan desde las alturas como si les hubieran encargado nuestro seguimiento, aunque no nos controlen. Forman parte de nuestra vida, por eso los llevamos dentro. Tanto, que cuando nos alejamos de ellos los echamos de menos, con morriña o saudade.

En esos pensamientos andábamos en el breve trayecto hacia Guimaraes. El silencio alimentaba tanto esos cielos como nuestros sentimientos. En ocasiones hay que dejar que corra el silencio para que anime esas reflexiones.

Porque nos enamoramos de su luz y sus colores, ya sean tenues o de matices grises por las inclemencias del tiempo, o de extravagante luminosidad. Sabemos interpretar sus nubes, algodonosas o deshilachadas, que adornan las alturas y escapan del paisaje con demasiada facilidad para dar entrada a otras nuevas.

A veces encontramos cielos que nos recuerdan nuestra niñez de una forma difusa, que no podemos describir pero que sabemos identificar si se acoplan a nuestra memoria. Otras, sabemos trasplantarlos porque no encontraremos nada igual en el lugar al que nos desplazamos.

El cielo da mucho juego: nos anima o nos sume en la tristeza, nos habla con el sol recitándole el discurso que le interesa, con los matices con los que se viste para seguir manteniendo sus esencias en el cambio.

El tiempo los cambia en lo accidental. Los cielos con nostalgia siempre permanecen.

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