Había que subir con
tranquilidad, con parsimonia, empapándose de la imaginería desplegada, de los
personajes bíblicos, de las fuentes. Éstas simbolizaban la purificación del
peregrino. El segundo tramo era la escadaria dos Cinco Sentidos. Los
caños nacían de los ojos, nariz, boca y oídos de las figuras alegóricas. El
tercero era la escadaria das Tres Virtudes, cuyas capillas y fuentes
representaban la fe, la esperanza y la caridad.
A tramos regulares volvíamos la
vista atrás para contemplar la ciudad y sus alrededores. Era una visión amplia.
La urbe era mucho más extensa de lo que imaginabas a ras de suelo. Su entorno
era verde y hermoso.
En el siglo XIV se alzaba en el
mismo lugar una pequeña ermita. La afluencia de peregrinos obligó a construir
una nueva iglesia, barroca, que a su vez fue sustituida por la actual,
neoclásica. El proyecto fue obra de Carlos de Amarante.
Era imponente, cautivadora.
Estaba rodeada de jardines y de algunas sorpresas inesperadas. En el momento en
que entramos celebraban un bautizo y procuramos pasar inadvertidos para no
perturbar el ritual. Elevamos la vista, que se llenó de la iluminación que
gobernaba la amplia nave.
Caminamos hasta la cafetería y
su mirador. Nos entretuvimos haciendo unas fotos, observamos ese laberinto
vertical de estructura tan sencilla y dejamos que el verdor general se
apoderara de nuestros sentidos.
El descenso fue más rápido,
siempre disfrutando de los elementos que ofrecía la escalinata.
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