Por el claustro norte (con
algunas piezas dispersas bastante curiosas) entramos a la capilla de San
Geraldo, que mandó construir el arzobispo Geraldo de Moissac, el primero de la
sede restaurada. Estaba enterrado en una arqueta incrustada en el retablo
barroco, que parecía un joyero. Los azulejos representaban imágenes de la vida
de san Nicolás, a quien estaba consagrada la capilla. Eran de Antonio de
Oliveira Bernardes, como los de san Pedro de Rates. En el suelo estaba
enterrado el obispo Rodrigo de Moura Teles. La guía que nos acompañaba nos
contó el milagro de la fruta fresca de San Geraldo. Fue quien obtuvo la
dignidad metropolitana para Braga en 1100 por el Papa Pascual II. La sede
abarcaba en Galicia, Mondoñedo, Tui, Orense, y Astorga, y en el Condado
Portucalense Oporto, Coimbra, Lamego y Viseu. Santiago se escindirá de ella con
el obispo Gelmírez. Éste protagonizará una requisa de reliquias en la zona. Compostela
tenía varias iglesias dependientes en la ciudad de Braga: San Víctor, Santa
Susana y San Fructuoso. En su visita pastoral se apropió de las reliquias de
esos santos en base a que el culto a las mismas no se realizaba de forma
adecuada. Suponemos que durante un tiempo aquello fue motivo de distanciamiento
entre ambas sedes.
La capilla de la Gloria
presentaba en sus muros unos frescos geométricos que parecía que se iban a
desvanecer. Nos gustaron. En el centro dominaba el espacio el sepulcro del
arzobispo Gonzalo Pereira, impulsor de la capilla, y comandante de las fuerzas
del Miño que participaron en la batalla del Río Salado el 30 de octubre de
1340. Castilla y Portugal se aliaban para parar el avance de los benimerines.
Fue el abuelo de Nuno Alvares Pereira, el héroe de Aljubarrota. Su sepulcro
estaba sustentado por seis leones y era obra del Maestre Pero y de Telo García.
Era una magnífica obra gótica. La rodeamos y observamos los detalles de las
figuras con la serena estampa yacente del clérigo sobre la tapa.
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