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Descubriendo Portugal 16. La catedral de Braga I.


 

Habíamos dejado para el final la joya más destacada de Braga: la catedral. Era el templo cristiano más antiguo del país.

Conquistada la ciudad a los musulmanes por Fernando I de León, en 1040, la sede episcopal fue restaurada. En 1070 se iniciaba la construcción en un lugar que quizá ocupaba una mezquita y donde se alzó un templo paleocristiano (donde estaba la capilla mayor). Un lugar sagrado para diferentes pueblos.

Como en otras catedrales, era un conglomerado de edificios y estilos. Las trazas eran románicas, había evolucionado hacia el gótico, había absorbido el renacimiento y el manuelino, y había eclosionado con un barroco espectacular y recargado de dorado. Se podía estudiar historia del arte sin salir de ella.



La entrada oeste la habíamos contemplado por la mañana con sus torres manuelinas del cántabro Juan del Castillo, con el que nos encontramos en varias ocasiones en nuestro recorrido (en los monasterios de Batalha y los Jerónimos de Lisboa, por ejemplo). El porche que cubría la entrada era gótico con una vistosa reja posterior. La entrada sur era románica.

Penetramos en el complejo por el claustro norte. Mientras esperábamos nuestro turno para las capillas, entramos en la iglesia, en la que nos llamó la atención la austeridad por influencia de la Orden de Cluny, a la que perteneció su primer obispo. La cubierta era de madera. En los muros de las naves laterales había esculturas de santos y tapices de las ciudades del arzobispado. Era la única concesión a la decoración en esa parte. El coro y la cabecera acaparaban el lujo decorativo.



La cabecera del templo también correspondió a Juan del Castillo. El ábside lo presidía la imagen de Santa María de Braga, del siglo XIV. A los lados, la sillería donde se sentaban los clérigos. El frontal del altar era una fina obra gótica que fue lo único que se salvó de un retablo anterior. Alzamos la cabeza para observar la cúpula del crucero.

Las capillas de la girola eran de estilo barroco y conservaban toda su teatralidad y grandeza. En la de San Pedro de Rates destacaban los azulejos del siglo XVIII obra de Antonio de Oliveira Bernardes con imágenes de la vida del santo. La de Nuestra Señora de la Piedad acogía la tumba del arzobispo Diogo de Sousa. La Piedad del retablo quedaba en penumbra, salvo un especial efecto luminoso que resaltaba la escena de la Virgen con Cristo en sus brazos desconsolados.

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