Las ciudades son como las
cebollas o las alcachofas: hay que ir apartando hojas y capas hasta que llegas
a su corazón y las conoces bien. Era el momento de realizar esa labor e
internarse hacia las intimidades de las joyas que ofrecía en abundancia la
ciudad.
Habíamos pasado dos veces frente
a un conjunto de edificios formado por una torre adosada a una iglesia, unas
construcciones con vistosas ventanas manuelinas y un patio que era un oasis. La
torre exhibía unas esculturas de gran calidad. Nos llamó poderosamente la
atención. Se trataba de la capilla de los Coimbras. Como política de marketing,
la entrada daba derecho a una consumición en la terraza del patio.
La capilla privada de la familia
Coimbra era pequeña y podía decepcionar (algún comentario escuchamos y leímos
en ese sentido) a quien no supiera apreciar esa obra de arte en un espacio
reducido. La misma se debía a la iniciativa de João de Coimbra, provisor del
arzobispo de Braga Diogo de Sousa. Adquirió en 1505 una residencia de
eclesiásticos que adaptó a su palacio personal. Para ello, utilizó a los mismos
canteros vizcaínos que trabajaron en la cabecera de la catedral. Las esculturas
exteriores eran obra de uno de los grandes artistas del Renacimiento portugués:
Hodart. Saramago advertía que en el cimacio compartían protagonismo “San Pedro
y San Antón, un centauro y un fauno, malicias mitológicas y otros modos de
vivir”.
Para el grupo escultórico del
interior eligió a otro de los grandes de la época: João de Ruão, o Jean de
Rouen. Las imágenes estaban policromadas y eran de un realismo conmovedor. El
grupo de la “Deposición del señor en el sepulcro” era excelente. Se completaba
con azulejos del siglo XVIII que representaban la creación del mundo. En el
suelo de la capilla estaban enterrados miembros de la familia Coimbra.
Una parte del palacio fue
demolido cuando se reordenó largo de São João do Souto (la iglesia
adosada a la capilla recibía el mismo nombre del santo) a principios del siglo
XX. No era accesible, salvo el patio, que era un lugar con mucho encanto. Por
la noche debía de ser un bar de copas de gran éxito. Nos sentamos en unas
hamacas, nos tomamos un oporto y disfrutamos de la música chill out.
Otra estupenda experiencia.
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